Las Fiestas Religiosas Populares que merecen especial atención en este Sitio, son celebraciones del calendario católico en Chile –dedicadas a santos patronos, a la Virgen, o a Jesús– donde se manifiestan aspectos característicos de nuestro Catolicismo Popular.
Las expresiones de la Fe y la piedad del pueblo en estas fiestas y en otras prácticas religiosas –auténticamente católicas e integradas en la vida de la Iglesia– han revelado una continuidad histórica admirable, preservando y enriqueciendo a través de las vicisitudes de los tiempos toda su valiosa originalidad, sus formas, sus contenidos y el color local de sus antiguas tradiciones y cultura. Algunas conservan incluso trazos o reminiscencias que hablan de los primeros tiempos de la evangelización o de la Colonia.
¿Pero cuál es en todo esto el papel especial de la Fiesta? ¿Por qué esa armonía entre Fe y Cultura populares adquiere su máxima expresión en las grandes celebraciones colectivas?
La Fiesta Colectiva y solemne, especialmente si es una fiesta religiosa, constituye una especie de nivel superior a donde el hombre deja el ámbito de la cotidiano, de lo rutinario, para subir a un plano más noble y extra-temporal, más lleno de significado si bien que más sutil. Ello supone un recogimiento y una elevación interior del alma hacia la Divinidad, expresado exteriormente por gestos ceremoniales de alto contenido simbólico. Los símbolos reflejan bienes y valores que están más allá de lo inmediato y palpable.
Ayudan a remitir el espíritu, desde lo visible de los relativos terrenos, hacia lo invisible de las perfecciones y bellezas absolutas e imperecederas del Cielo. El alma puede entrar así en estado de oración, que es la elevación del espíritu a Dios, en la esperanza que Él quiera comunicarse de algún modo y manifestar al peregrino orante su acogida, su misericordia y bondad.
Cabe recordar aquí que los pueblos de la antigüedad consideraban las grandes fiestas como el espacio y el momento de encuentro del hombre con los dioses.
En las grandes fiestas religiosas católicas que presentamos en este Sitio, el ser humano, sobrepasa la rutina cotidiana y el exceso de preocupaciones terrenas, pone de algún modo entre paréntesis la temporalidad que lo envuelve y limita diariamente, para pedir a Dios que le permita entrar, gozoso, en el tiempo primigenio de lo sacro. Allí donde se asoma de algún modo al no-tiempo; es decir, donde vislumbra, por una fe avivada por acción del Espíritu Santo, algo de la eternidad.
Una alta lección para nuestras sociedades febriles y secularizadas…
El hecho de que esta realidad se viva tal vez más intensamente en las Fiestas católicas populares, no deja de contener un alta lección para las grandes y febriles sociedades industrializadas y secularizadas de nuestros días. El pueblo sencillo, identificado y ufano de sus propias tradiciones, acude a sus Fiestas conducido por una fe profunda, sincera y sin doblez.
Sabe experimentalmente que en esa atmósfera sagrada será asumido y elevado por la gracia sobrenatural –esa inefable participación creada en la vida divina, según la definición teológica clásica–, para ir al encuentro de los santos, de María Santísima y, en definitiva, de Jesús el Señor, Mediador entre los hombres y Dios. Tal se da en las grandes fiestas patronales, en las cabalgatas del Cuasimodo acompañando a Cristo en la Eucaristía o en las vigilias familiares del Canto a lo Divino y en muchas otras variantes y modalidades de la piedad popular ricamente encarnadas en las formas de su colorida identidad cultural.
En todas ellas se trata de momentos de intensa espiritualidad que, conforme el caso, ya entran en el terreno de la mística.
En la Tirana, Las Peñas o Andacollo…
Consideremos, por ejemplo, grandes fiestas marianas en Chile como las de la La Tirana, Las Peñas o Andacollo.
La subida peregrinante de los grupos que convergen hacia el santuario, el porte del traje ceremonial especialmente bendito para ese uso, los saludos devocionales a la llegada, la oración intima ante la venerable imagen, la alegría a la vez serena y transbordante de las fisonomías, el canto y la danza ritual en honor a la Virgen ejecutados en disciplinada y armoniosa cofradía y la conmovedora despedida, muchas veces en lágrimas, hablan por si solos de la calidad e intensidad de ese encuentro sobrenatural de algunos días, preparado y anhelado durante meses, y que tiene su coronación en la liturgia oficial, la Santa Misa y la recepción de los sacramentos con que la Iglesia acoge maternalmente a los millares de asistentes.
Los grupos de bailes religiosos, los peregrinos y promeseros, entrelazados por estrechos vínculos solidarios, familiares o de amistad, vuelven después de estos días de donación y de gozo a la batalla de la vida cotidiana. Descienden con el alma renovada y más ligera, irradiando la plenitud que les otorga el haberse podido comunicar con Dios, la Virgen y los santos, con toda su personalidad, alma y cuerpo armoniosamente integrados en el canto, el gesto y la danza como expresión de amor y de fe, de devoción, alabanza y gratitud, dentro del espacio sagrado del santuario y en sus alrededores.