Visitando Mendoza, me asaltó la curiosidad de conocer el lugar donde fueron fusilados los hermanos Carrera. Indicaciones había muy pocas, solamente una foto antigua como referencia. Caminando una media hora a pie de la Plaza de la Independencia, llegué al Museo del Área Fundacional, que encuentra en el centro de la Ciudad Vieja, a un costado de la plaza Pedro del Castillo. Lugar histórico en que fue fundada Mendoza en el año 1561 y donde luego funcionó el Cabildo colonial antes de su destrucción en el terremoto de Mendoza de 1861.
Ahí, en una de sus murallas una placa recuerda el lugar exacto en que fueron fusilados los hermanos Carrera. Solo una placa, que cuesta encontrarla pues es pequeña y casi cubierta por la enredaderas. Los guías locales no la mencionan en el recorrido. Un lugar casi olvidado del final de la vida de estos próceres nacionales. Pero ¿Cómo llegaron hasta aquí?
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José Miguel Carrera
El 4 de septiembre de 2021 se cumplirán doscientos años de la pérdida de José Miguel Carrera, uno de nuestros más destacados forjadores de la Independencia nacional. Merece con creces el nombre de Padre de la Patria, pues fue quien dio forma y vida a un Chile institucional que recién salía de un largo proceso colonial que lo mantuvo unido a España desde la Conquista.
Su figura se ha ido empequeñeciendo a través del tiempo, primero por los firmes lazos de la Logia Lautarina y por el olvido sistemático de su obra después, tan sólo reconocida en parte por el traslado de su estatua ecuestre, desde el lugar secundario en que se había erigido, al Altar de la Patria a metros de su contemporáneo Bernardo O’Higgins, gesto que sólo reconoce en parte los méritos del formador del primer gobierno libre de la dominación española, en el que la visión cultural se sobrepuso a cualquier otra, incluyendo la militar, con la fundación de la Biblioteca Nacional, el Instituto Nacional, la importación de la primera imprenta y la publicación del periódico “La Aurora de Chile”.
Eso por decir los menos, porque su obra efectuada en 18 meses fue fructífera y bien recibida por la población, que reconoció en ella el verdadero nacimiento de la Nación, los pilares de un Estado que nacía con su propia enseña y escudos patrios.
Viéndolo a la distancia, podemos decir que Chile le fue siempre esquivo, que luchó por verlo libre e independiente, pero rara vez pudo gozar aquí de la paz y tranquilidad que él se merecía, ya en los campos de su padre en El Monte, o en el Santiago provinciano y melancólico que lo vio nacer un 16 de octubre de 1785.
Como todos los jóvenes de posición de la época, estudió en el Colegio Carolino de la capital, donde no fue mucho lo que logró, ya que abandonó tempranamente el aula. Una biografía de Campos Harriet dice que a los veinte años aparte de ser arrogante y pendenciero, se le conocían sus primeros galanteos con damas de almidonadas enaguas y había tenido que comparecer dos veces ante la justicia; motivo suficiente para que su padre lo enviara a Lima con el fin de que se formara como comerciante. Pero pronto vuelve al nido paterno, esta vez para conseguir los dineros para ir a España a convertirse en militar.
Corría el año de 1806 y Carrera, el jovencito un poco arisco y decidido, se embarca a España, donde dos años más tarde, con motivo de la invasión de los franceses, logra sentar plaza de teniente en uno de los cuerpos destinados a combatir a los enemigos de la Península. Asciende al grado de Capitán y participa en unas trece acciones militares, siendo la última de ellas la desastrosa derrota de Ocaña, donde fue herido en una pierna, situación que lo sacó del escenario de la guerra durante un año.
En septiembre de 1810, ya convertido en Sargento Mayor de Húsares de Galicia, tuvo conocimiento de la creación de la Junta de Gobierno en Chile, lo que le impulsó a abandonar el Real Ejército y regresar a nuestro país.
Luego de haber sido apresado durante nueve días en España, ante la posibilidad que quisiera regresar a Chile con el fin de adherir a los juntistas, el Consejo de Regencia acordó su retiro del Ejército con el goce de fuero y uniforme y autorizó su regreso a Chile.
No se equivocaban los españoles, a pesar de que Carrera adujo que venía al país a cuidar la vejez de su padre, su mente estaba puesta en conseguir la total independencia de su patria.
Regreso a Chile a liderar el movimiento independentista
Ya en chile, junto a sus hermanos Juan José y Luis, le fue fácil asumir el mando de la Junta de Gobierno y a pocos meses de su regreso ostentaba el poder con mano militar, situación que le permite sentar las bases de un país emergente con sus propio parlamento y estimulando ampliamente la formación cultural de la ciudadanía. También promulgó el Reglamento Constitucional Provisorio de 1812, que por su importancia es considerado como una verdadera Constitución.
Mantuvo una lucha constante por mantenerse en el poder, pero su derrota con los partidarios de la soberanía española durante el sitio de Chillán, le obligó en 1813 a dejar el mando del Ejército, pasándolo al coronel Bernardo O’Higgins, situación que concluyó con el desastre de Rancagua, lo que le obligó a refugiarse en Argentina, donde comenzó su calvario por no encontrar apoyo en San Martín ni en Buenos Aires, por lo que optó por embarcarse a Norteamérica en noviembre de 1815.
De sus contactos en Norteamérica, Carrera consiguió armar una pequeña escuadra integrada por la corbeta Clifton, la escuna Davei, los bergantines Salvaje y Regente y la fragata General Scott, además de una tripulación integrada esencialmente por franceses que habían servido a Napoleón, junto con norteamericanos, ingleses e integrantes de otras naciones de Europa.
A pesar del esfuerzo realizado, no contó en Argentina con el apoyo que necesitaba para regresar a Chile ya que el Director Supremo Honorio Pueyrredón le pidió entregar su escuadra a los gobiernos de Argentina y Chile, indicando que ellos responderían por las deudas contraídas y le ofreció el cargo de agente o representante en Estados Unidos.
Carrera, naturalmente no aceptó. Días más tarde (12 de febrero de 1817), el Ejército Libertador al mando del General José de San Martín, vencía a las tropas del general Rafael Maroto, quedando a un paso de consolidación de la Independencia de Chile, sepultando cualquier tipo de apoyo por parte de Pueyrredón, ya que O’Higgins se había consolidado como el primer militar del Ejército de Chile y por ende con las mejores instancias para asumir el mando del país, máxime si siempre había estado al lado de San Martín, figurando como el primer representante de este lado de los Andes.
El principio del fin
Bastó que uno de los franceses que había traído Carrera en sus barcos, denunciara sus intenciones de evadirse a Chile, para que Pueyrredón ordenara su inmediata encarcelación, junto a sus hermanos Juan José y Luis,
Comienza aquí una aventura novelesca. Luis no alcanza a ser detenido y se esconde de sus perseguidores. A los tres días de haber sido detenidos se presenta en la cárcel el general San Martín, con quien José Miguel sostiene una agria conversación.
Entre otras cosas San Martín dijo que no había ningún inconveniente en que regresase a Chile junto a sus hermanos, ya que con O’Higgins habían acordado sin más plazo que media hora en ahorcar a quienes expresaran la menor oposición contra el Gobierno.
Luego de esta visita Pueyrredón ofreció a los tres hermanos pasaportes para Estados Unidos; oferta en que los Carrera creyeron ver una farsa, ideada sólo para encarcelar a Luis, por lo que declinaron esta proposición.
Se permitió a José Miguel volver al barco en que había estado preso, desde el que pudo evadirse y tomar rumbo a Montevideo (en esos años en poder de los portugueses). En tanto su hermano Juan José, luego de algunos días, fingiéndose enfermo logró ser llevado a casa de su hermana Javiera, desde donde aparte de haberse comunicado con su hermano Luis siguió conspirando para volver a su patria, hecho que se planificó y que se efectuó sin problemas por una avanzada en la que participaron el hijo de doña Javiera, Manuel de la Lastra, José Conde, asistente de José Miguel, además de Manuel Jordán y Juan de Dios Martínez. En ellos se cifraba la esperanza de que pudieran reunir las fuerzas necesarias para que José Miguel pudiera hacerse nuevamente del Gobierno.
En los momentos en que se dirigía hacia los primeros contrafuertes cordilleranos, Luis Carrera fue sorprendido y apresado por agentes de Luzurriaga, Gobernador Intendente de Mendoza.
Juan José salió de Buenos Aires, disfrazado; se extravió por los campos y luego de tomar el camino real contrató un postillón como guía. Sin embargo una dura tempestad de trece horas les hizo perder el camino y les obligó a pernoctar sin ningún abrigo en la pampa. Al día siguiente Juan José se levantó a duras penas; su acompañante y guía no pudo hacerlo. Estaba muerto.
Juan José y Luis Carrera, apresados y fusilados sumariamente
Como pudo siguió su camino y el 20 de agosto fue aprehendido en Barranquita. Desde allí fue llevado a juntarse con su hermano en la humedad de la cárcel mendocina. En sus declaraciones ambos manifestaron que se dirigían a Chile con el fin de hacer una vida más llevadera y para evitar las persecuciones de que eran objeto.
El Gobierno de Chile había encargado al Intendente de Mendoza, la prisión y el proceso de los Carrera. Sin embargo no había una causa directa como para acusarlos; sólo el pensamiento de conspirar los ubicaba en el difícil peldaño de los condenados.
Se les puso como defensor a Manuel Araoz, quien en un momento propuso como condena el destierro de ambos, sin que pudieran regresar nunca a ninguno de estos dos países. La solicitud no fue considerada. Los Carrera eran demasiado impetuosos como para una condena de esta naturaleza.
La historia habría sido escrita de otra manera si O’Higgins hubiera hecho lo propio. Faltó un pequeño rasgo de magnanimidad; un historiador se preguntaba “¿para qué quería la sangre de esos infortunados?”
En todo caso, a Bernardo Monteagudo se le atribuyeron los mayores esfuerzos para sacar a los Carrera del ambiente político y militar de la época, con el fin de servir a los postulados de O’Higgins, pero sin que éste tuviera alguna participación directa en tan delictivo hecho.
Se preparaba la Expedición Libertadora del Perú, situación que obligó a desguarnecer Mendoza y llamar en reemplazo de las tropas de línea a los cívicos de la ciudad, quienes se hicieron cargo de la guardia. Muchos de ellos eran chilenos que simpatizaban con estos patriotas a quienes la desgracia les era proverbial.
Los hermanos fueron confinados en celdas separadas, sin embargo usando de su astucia lograron comunicarse y Luis, mediante la ayuda de un carcelero propuso a su hermano usurpar el mando en Cuyo, reemplazar las autoridades en Mendoza, San Juan y San Luis, formar una división considerable con los chilenos que vivían allí y parlamentar con San Martin; si no aceptaba, se le obligaría por medio de las armas.
Sus actividades fueron delatadas y se les formó un nuevo proceso por conspiración e intento de fuga. Fueron defendidos por el abogado Manuel Vásquez de Novoa, amigo y partidario de los jóvenes, cuya defensa no surtió efecto alguno y fueron condenados a ser fusilados. La sentencia se les leyó a las tres de la tarde del 8 de abril de 1818 “Ejecútese a las cinco de la tarde”. Ante su incredulidad fueron puestos en capilla. Juan José tenía 33 años y Luis 27. Este último pidió al fraile José Lamas, que escribiera a sus padres y hermano para que socorrieran a aquellos infelices sobre quienes él había atraído la persecución y la desgracia.
Las crónicas nos dicen que los Carrera marcharon a la muerte sin temblar. Eran las seis de la tarde, se abrazaron y pidieron que no les vendaran la vista. En segundos los disparos troncharon la vida de ambos. El suelo de Mendoza se teñía de rojo con la sangre de estos dos patriotas, cuyo único crimen era ver libre su amada patria.
Como una burla cruel han criticado algunos historiadores las cartas que O’Higgins dirigió días más tarde pidiendo clemencia para los Carrera; pero una misiva dirigida al padre de los fusilados pidiendo el pago de las costas del juicio, descoloca esta posición de gracia que habría adoptado, fruto de pasadas ofensas y antiguas enemistades, no dudó en satisfacer esta partida: “Diligencias de presenciar la sentencia y ejecución de ella y otras intimaciones… 4 pesos”.
La nube negra dejaba caer su lluvia de odios y prejuicios contra la familia Carrera. El padre pagó las costas, pero no terminaba allí aquella lluvia ácida, muy pronto José Miguel sería también reducido a vil polvo en aquellas lejanas tierras mendocinas.
José Miguel Carrera va de Montevideo al cadalso
José Miguel se dirigió a Montevideo con el fin de poder defenderse y rehabilitar su honor y el de su familia. Por medio de una pequeña imprenta imprime un manifiesto que tituló “Manifiesto a los pueblos de Chile”, al que siguieron otros en los que atacaba las administraciones de O’Higgins y Pueyrredón. Su pluma provocó revuelo e intranquilidad y pronto, a petición de Buenos Aires su imprenta fue clausurada, por lo que luego de efectuar su testamento, pasó de incógnito a la provincia argentina de Entre Ríos, donde se entrevistó con el gobernador Francisco Ramírez, a quien convirtió a su causa e incluso lo hizo admirador de sus proezas, al que instigó para hacer un avance hasta el mismo Buenos Aires con el fin de derrocar al gobierno y lograr la instalación de uno que le permitiera organizar la expedición a Chile.
En aquellos años la capital argentina era un desastre político. Carrera se unió a los federales. Ante la renuncia de Pueyrredón por su impopularidad, los federales ocuparon Buenos Aires y asumió la gobernación Manuel Sarratea, el que fue derrocado a los diez días por Balcarce, quien pidió a Carrera que sirviera de mediador con los federales, misión que Carrera cumplió junto a su amigo Ramírez, quienes devolvieron el poder a Sarratea.
Como Carrera no quería entrar a Chile con extranjeros, reunió a unos seiscientos chilenos con los que pensaba cruzar la cordillera, a los que se propuso disciplinar en el Rincón de Gorondona, ubicado en la confluencia de los ríos Paraná y Carcaña, lugar al que llegaban emisarios de diversos caudillos que querían asumir la gobernación de Buenos Aires con la ayuda de las huestes del chileno.
Colaborando con Carlos María de Alvear, quien aspiraba a la gobernación, Carrera sostuvo un cerco de 19 días sobre Buenos Aires, pero finalmente se había elegido a Dorrego, quien derrotó en San Nicolás a las fuerzas de Carrera el 1° de agosto de 1820, el que con 150 hombres se retiró a Santa Fe.
En un intento por enrolar tropas, se fue a la pampa, donde sus correrías eran conocidas y se le apreciaba por sus cualidades guerreras. Fue recibido por los indios, quienes le llevaron hasta sus tolderías y le hicieron su caudillo. A fines de noviembre de 1820, sus nuevos aliados asolaron la población de El Salto cometiendo saqueos, raptando mujeres, violando los templos, situación que le fue endosada a Carrera y Buenos Aires mandó al ejército a perseguir y eliminar a los montoneros, lo que obligó a internarse en la pampa, donde vivió durante algún tiempo, entre los entonces considerados indios bárbaros.
Luego de una serie de acontecimientos ocurridos en la pampa y pueblos inmediatos, encontramos a Carrera tratando de juntar caballería para poder cruzar la cordillera. La necesitaba para tirar de cañones y carretas con vituallas, toda la logística que requería su pequeña fuerza, pero el 21 de agosto de 1821, mientras se encontraba en Punta del Médano, la mala estrella del general apareció de nuevo en el firmamento, esta vez convertida en el ejército de Mendoza al mando del coronel José Albino Gutiérrez, integrado por unos ochocientos soldados bien montados; en tanto los hombres de José Miguel sólo alcanzaban a unos quinientos, de los cuales la mitad contaba con cabalgaduras muy extenuadas, el resto con algunas mulas y los demás a pie.
A pesar de la fiereza demostrada en la desigual batalla por oficiales y soldados, la derrota fue tal que Carrera y sus oficiales más leales fueron apresados y llevados atados y a pie a Mendoza.
Gutiérrez, vencedor de la batalla, entró en Mendoza el 2 de septiembre de 1821. De inmediato exigió la muerte de Carrera y los oficiales Álvarez y Benavente, quienes fueron procesados esa misma noche, pidiéndoles que nombraran defensores. Ante esto Carrera contestó que mal podían designar defensores, si no sabían de qué cargos se les acusaba. Se nombraron a tres oficiales argentinos, los que no aceptaron la comisión. Era demasiado evidente cual sería el fin de aquella trama.
A las 8 de la noche del día 3 fueron sacados del calabozo y se les leyó la sentencia redactada en los siguientes términos: “Visto, conformándome con el parecer del Consejo de Guerra, serán pasados por las armas en el perentorio término de 16 horas el Brigadier don José Miguel Carrera, el coronel José María Benavente y el de igual clase don Felipe Álvarez, etc. Godoy Cruz”.
En la madrugada del día 4, llegó a visitarles Juan José Benavente, hermano del coronel José María, quien les dio a conocer las gestiones que hacían varios ciudadanos respetables. Sin embargo el coronel Albino Gutiérrez fue inflexible. La sentencia debía ejecutarse sin remedio.
José Miguel, el Húsar condenado pero no abatido, pidió entonces le trajesen papel y con toda calma dio inicio a la carta a su esposa doña Mercedes Fontecilla, que ha sobrepasado el tiempo:
“Sótano de Mendoza, septiembre 4 de 1821, 9 de la mañana.
“Mi adorada pero desgraciada Mercedes: un accidente inesperado y un conjunto de desgraciadas circunstancias me ha traído a esta situación triste. Ten resignación para escuchar que moriré hoy a las once…”
A la hora señalada los condenados fueron sacados del calabozo, momentos en que Carrera tomó el lápiz y en un pequeño papel escribió:
“Miro con indiferencia la muerte, sólo la idea de separarme de mi adorada Mercedes y tiernos hijos despedaza mi corazón. Adiós, adiós.”
Lentamente dobló el papel, lo colocó en la caja del reloj y salió hacia el lugar de la ejecución. Las gestiones de Benavente habían prosperado y su hermano no fue ejecutado.
A petición del presbítero José Benito Lamas, se quitó el sombrero y le pidió se lo diera a su amigo el coronel Benavente que había estado con ellos en capilla; luego los curas mercedarios le pusieron el escapulario de su orden y salió a enfrentar los torvos cañones de los fusileros que ya esperaban cumplir con la sentencia. Esta escena no impacto al general, quien con un gesto de superioridad no permitió que le vendasen la vista.
Allí, en tierra lejana, los disparos de los fusiles acallaron la voz impetuosa del Húsar, que con su sola presencia había derrotado a tantos y otros tantos logros había conseguido para Chile, su patria adorada, en momentos en que la inseguridad política opacaba los mandatos de la Junta de Gobierno, la que con sabia estrategia, asumió su dirección y cuando fue necesario usar la espada, la esgrimió con tino y eficacia. Diez años duró su porfiada insistencia; se cumplían ese desdichado 4 de septiembre. Desde ese momento ese día paso a la historia del pueblo que sólo recibiría sus restos en 1828, cuando su hermana Javiera los hizo traer junto a los de sus hermanos para que tuvieran el último descanso en su amado Chile.