El presente sitio web, modalidad de revista on line ilustrada que, en tanto distrae y entretiene, busca dar resonancia, amplificar y hacer sentir hoy, con cariño y esperanza, los ecos renovados de un Chile antiguo y profundo, que se ha mantenido vigente, y donde es posible escuchar el futuro…
Un Chile menos noticiado pero que permanece y se afirma generoso, esforzado y de orden. Un Chile que quiere la libertad, el progreso y la justicia, las iniciativas y la creatividad innovadoras. Pero que conservó la Fe católica de sus ancestros, sus valores familiares, la sana convivencia cristiana –justa, acogedora y solidaria– el espíritu de sacrificio y un vivo amor a las costumbres tradicionales de nuestra tierra, cuyas variadas y coloridas expresiones buscamos ilustrar en las paginas de Identidad y Futuro.
Este Chile trabajador — aguerrido en la adversidad y contemplativo en la cotidianidad — supo persistir en las más diversas circunstancias del pasado. Tampoco languideció ahora frente a la modernización económico-social que el país ha vivido en las últimas décadas de globalización. Al contrario, aceptó el desafío y, sin rechazar los beneficios de la modernización, supo afirmar su vigencia y crecer, dentro de sus propios ritmos y cadencias, con serena determinación. Mirando hacia el futuro, pero desde la luz de la Tradición.
En él, en su modo de ser, de vivir y de expresarse, se acumulan un sentido de la trascendencia, una sencillez, una sabiduría, una gran riqueza cultural y espiritual. En su mundo aún hay tiempos y espacios para rezar o pensar, para sentir o contemplar, para querer, acoger y convivir amistosamente; valores todos de los cuales va careciendo cada vez más la sociedad contemporánea globalizada y atravesada por toda especie de crisis.
Es el Chile de los ancestrales bailes chinos, de las cofradías de danzas religiosas y sus grandes fiestas a la Virgen; el Chile del del antiguo y venerable canto a lo divino en las vigilias familiares de nuestros campos; el de los jinetes huasos de la Eucaristía en aquella fiesta única y original del Cuasimodo que se ha extendido hoy por casi todo el país; en fin, el Chile que agradece a Dios en la Misa a la chilena y acude con fe y devoción a los grandes santuarios y asiste en multitud alegre a las celebraciones costumbristas, festejando con las danzas, el folclor y las comidas típicas de la tierra. Pero también el que también admira las elegantes competencias de carruajes, se reúne en los rodeos donde se lucen el jinete y el caballo chilenos o en las fiestas de gala de la chilenidad. Un Chile que hoy comienza a comprender el rol de la conservación del Patrimonio Cultural, valorando el moderno cuidado de los vestigios y monumentos públicos o privados del pasado que enriquecen la memoria histórica de nuestras ciudades. Ese Chile sanamente regionalista, que ama entrañablemente su terruño, pero que ha ido descubriendo el contraste y la variedad de los bellos paisajes de nuestra patria: la fuerza sobrecogedora del desierto, la majestad de sus montañas, la grandeza de su mar, la multiplicidad de sus ríos y lagos o la suavidad y el retiro de sus valles; igualmente, la riqueza de su flora y de su fauna y que además toma creciente conciencia de la necesidad urgente de preservarlos para transmitirlos, sostenibles, para las generaciones futuras.
En ese Chile hay reservas morales para — con la necesaria ayuda divina — enfrentar los desafíos de una sociedad contemporánea corroída por la fiebre del éxito individualista, el ateísmo práctico, el relativismo moral, la disolución familiar, el desarraigo cosmopolita y tantos otros factores de corrupción, de pérdida de identidad, de sentido de pertenencia, de disgregación psicológica, moral y social.
Abramos cauces de expresión a las novedades que surgen con fuerza de este Chile antiguo y profundo…
Démosle acogida. Sepamos aprender de su talante tranquilo y contemplativo, pero al mismo tiempo resistente y aguerrido; de su fidelidad a las tradiciones y de su modo sencillo, sincero y profundo de vivir la Fe, los valores familiares, la justicia; de su humilde amor a Dios, a Cristo, a la Virgen, a Chile y los hermanos. Son trazos esenciales de nuestra identidad, indispensables para no perder el norte y fuentes de inspiración para abordar, humanizar y cristianizar nuestro futuro en medio de la crisis contemporánea.