¿Qué es una Fiesta Costumbrista? Orígen y Definición

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Los ritmos más pausados de la existencia y de los trabajos del agro –trazados por los grandes ciclos estacionales–, marcan la vida del hombre y la mujer del campo, su modo de ver, de querer, de pensar, de sentir, de actuar, de relacionarse.

trilla a yegua suelta en calle larga 2017
Trilla a Yegua Suelta en Calle Larga, V Región

El tipo humano del hombre y la mujer de nuestros campos

El contacto habitual y amistoso con la naturaleza, con su belleza, sus encantos, con el misterio de la vida que alberga en su seno, con la entrega renovada de sus generosos frutos, hacen del hombre y la mujer de campo, personas estables, serenas y solidarias, ancladas en un sentido común robusto.

Por otra parte las leyes inherentes a la Naturaleza, no dependiendo de dictámenes humanos ni respondiendo tampoco a automatismos mecánicos, tienen sus imprevistos cuyos desencadenamientos nadie puede dominar. Las gentes del agro son llamadas a convivir frecuentemente con riesgos y adversidades que deben ser enfrentados súbitamente o superados con paciencia, espíritu de lucha y esfuerzo perseverante.

Todo predispone el espíritu del hombre y la mujer del campo a una posición más aguerrida y al mismo tiempo más humilde; más vigilante y desconfiada, pero también más admirativa con la bondad del orden creado y más dependiente del Dios que lo creó.

Las gentes del campo conservan, por eso mismo, más fácilmente viva la Fe de sus ancestros y la defienden; aman entrañablemente y dan valor a su universo y cultura huasa y el hábitat en que se desarrolla y todo ello forma un cierto unum armónico en su espíritu, pleno de contenido y no carente de misterio. Son gentes a quienes les gusta tener hábitos y conservarlos, transmitir y comentar las historias y las leyendas rurales en sus veladas familiares o sociales, rememorar y preservar las costumbres de sus ascendientes, que son también las de la tierra.

Con los pies bien puestos en el suelo que pisan, plenos de una sabiduría empírica acumulada y transmitida de padres a hijos, encuentran en la paz de los campos y los empeños de sus labores diarias, espacios para la reflexión meditativa y para la admiración contemplativa.

Sienten en la profundidad de sus almas –y muchas veces con veneración– que si la Naturaleza les impone a veces sufrimientos, el orden creado es esencialmente bueno, dadivoso y mayor que cada uno de ellos; orden del ser y del misterio de la vida, nacido de la Bondad y del Bien por excelencia que es Dios creador.

Surgen naturalmente la gratitud, alegría y celebración colectivas, dirigidas al Creador, en el momento feliz de la cosecha…

De la consonancia de fondo –más experimentada que racionalmente explicitada– con la utilidad, la bondad y la belleza de esta ordenación general, en medio de la cual se desarrollan sus vidas y las de sus familias, surge naturalmente la disposición a la gratitud ante los beneficios y frutos que de ella obtienen. Tal disposición tiende naturalmente a acentuarse cuando, después de cumplirse los ciclos de preparación, plantación, gestación y espera, se alcanza, finalmente, la coronación del esfuerzo realizado con tanto empeño y cariño: el momento feliz de la cosecha.

Desde tiempos inmemoriales ello se repite en los cultivos ancestrales como el trigo, la uva, la oliva y tantos otros, o  en la separación y rodeo de los animales. Hora de legítima alegría colectiva ante la empresa común llegada exitosamente a término.

Más allá de contabilizar los resultados, la comunidad campesina  mide entonces la dignidad y el valor moral de su trabajo. Emerge ante ella toda la dimensión cultural viva de sus faenas diarias; toma  consciencia de si misma como cuerpo moral; siente con templanza su felicidad de situación y la agradece a Dios. A modo de gran familia ampliada, que ha ido generando sus propios ritos y costumbres, se reviste en la ocasión de sus mejores galas y –elevándose por encima de su propia cotidianidad– festeja. Ritos, galas y festejos, sucediéndose, en cierto momento ya son entrañable tradición.

Nacen así las Fiestas Costumbristas, que hoy se multiplican en Chile: fruto de esta antigua y venerable raíz agraria y cristiana –hermanas por lo mismo de las Fiestas Religiosas Populares– donde las gentes de nuestra tierra celebran su modo de vida característico, sus usos y tradiciones, su mundo cultural y social, en definitiva, su identidad y la ofrecen amistosamente, como un bien muy preciado, al visitante citadino o al turista extranjero.

El prosaísmo moderno hace sentir en el  Campo y la Ciudad, por contraste, un imperativo de llenar de ser y ennoblecer con la patina de la Historia, los ciclos del trabajo diario 

Por otro lado, también el habitante de nuestras ciudades experimenta hoy una evidente necesidad de escapar al vacío y la trivialidad del materialismo, al ateísmo práctico contemporáneo, a su tristeza gris y a su insoportable vulgaridad y prosaísmo.

Unos y otros sienten el imperativo de llenar de ser y de significado moral la precariedad y los vacíos de nuestro sistema de vida moderno, de enriquecer con su proyección cultural nuestros ciclos de trabajo e incluso nuestros descansos y entretenimientos. Hay necesidad de entrelazarlos con la tradición, de valorizarlos con la patina especial de antigüedad y nobleza que les da la historia.

Los trabajos del campo, o los de la pesca en zonas costeras, elevados al nivel simbólico de una celebración colectiva cuando se cumplen algunas de las etapas del ciclo productivo, se levantan por sobre su cotidianidad para transformarse en celebración de Vendimias, Trillas a Yegua Suelta, Sagras de la Oliva, Rodeos; en la fiesta del Kuchen, de la Frutilla, del Digüeñe o del Changle, del Cabrito, del Chancho o del Cordero, del Curanto y los frutos del mar.

Luces de la Tradición que embellecen el presente e inspiran culturalmente el futuro

Los antiguos ya festejaban estos hitos, el mundo moderno conservó estas fiestas durante mucho tiempo un poco arrinconadas y empolvadas en el ámbito rural o litoranio a título folclórico… Hoy estas celebraciones de las costumbres del país vuelven con fuerza,  revitalizan y contribuyen a renovar la artesanía, la música, las danzas típicas y la culinaria local, manifestando la originalidad y genio de nuestra gente, la identidad de nuestra cultura viva y dándole colorido a las diversidades locales; atrayendo al mismo tiempo el turismo y favoreciendo el comercio y el desarrollo regional. Su multiplicación notable desde un tiempo para acá, en todo el País, comunica un tono, un contenido, una alegría, una belleza y una densidad de ser al Chile de hoy que aterriza en la modernidad.

Quiera Dios que los horizontes cortos de algunos pocos alcaldes  no interfieran en esta auspiciosa afirmación de tradiciones locales y regionales introduciendo en ellas el predominio de lo meramente comercial o descaracterizando su carácter esencial de rescate costumbrista del color y personalidad locales.  Son ecos muy valiosos y poderosos del Chile antiguo y profundo, luces de la Tradición capaces de inspirar el futuro, que los liderazgos locales y regionales no deben querer dirigir, sino estimular. Sepamos todos aproximarnos con atención y respeto de esos ecos y luces del pasado, escuchar lo que nos dicen y vislumbrar el horizonte hacia donde apuntan

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