Ubicada en Av. Independencia 633, la parroquia de la Estampa de Nuestra Señora del Carmen, posee una historia que se remonta a fines del siglo XIX con un extraordinario hecho que involucró a un clérigo, un huaso y una madre y sus hijos.
«En el año de 1876 el Portal de Sierra Bella, después de Fernández Concha, tenía reservado por un corto mensual sus cajones de la vereda a los vendedores empeñosos. Aquí traían sus mercancías al menudeo y con sus gritos llamaban a los caseros ponderándolas según su interés intrínseco, desde que era fácil el regateo del precio, aún de especies que mostraban su buena calidad.
Entre estos comerciantes “cajoneros” ocupaba la esquina con la actual calle de Ahumada, el sacristán de la capilla instalada en la Casa de Moneda. Se llamaba Fermín Fabres. Su amor a los objetos sagrados lo hizo un vendedor característico de santos de bulto y grabados.
Sobre el encatradito aparecían estampas iluminadas, devocionarios, pinturas antiguas y muchas imágenes de la Virgen María, algunas incrustadas en óvalos o rodeándola con medallones de diversos santos. Había dorados a fuego o láminas azulantes con ángeles y palomas que irradiaban entre palomas eucarísticas. El trabajo fino era su competencia pero mostraba de vez en cuando a ciertos compradores estampas apergaminadas o de santas famosas como la del Carmelo.
Una de estas se sabe que le mostró a un huaso, cantándole una retahíla de versos, para que se interesara, porque venía muy aperado del campo, luciendo abotonaduras de relieve andaluz, sombrero y manta floreada y a no entonar su paso habría este pasado adelante.
El huaso no era santurrón y según las historia más verídicas se paró en el cajón del señor Fabres y empezó a regatear la estampa que le mostró de la Virgen del Carmen porque le pareció cara, aunque no la alababa en la trifulca de gritos y voces callejeras y el otro sacaba cuentas hasta que convinieron en la compra que éste quería para llevarla a su mujer, donde le prendería unas velas, pidiéndole le ayudara a sacar ánimas del purgatorio.
La Estampa Volada
Era un día miércoles 13 de octubre y desde temprano soplaba un viento primaveral, que levantaba polvaredas y oscurecía el espacio pero más zalameroso que el señor Fabres estuvo por su cariño a la Virgen de su devoción, que el mismo sacristán había hecho bendecir en la misa de seís. Suspiró y al venir este a entregarle la imagen por precaución se cuidó el sombrero al verse aturdido por una racha de viento, que pasó por la calle de Ahumada, a las once y media, empujando un torbellino de polvo y basuras, hasta arrebatar de sus manos la estampa santa que se elevó en el aire, mientras el viento le subía la manta cubriéndole su cabeza. Fue un golpe furioso de la ventisca, pero la sorpresa cundió al contemplar casi a la altura del campanil del Sagrario a la imagen que iba volando a distancia considerable. Su impulso lo hizo correr tras de ella, dispuesto a alcanzarla, pero a cada empujón de aire remontábase en el espacio en el sordo bulle bulle de la Plaza de Armas. El populacho creció en persecución de la estampa. Se oían gritos de mujeres y niños. El vocerío cundía en torno del mundillo militar estacionado frente al Palacio de los Gobernadores. Salió el vecino don Juan José de Concha al balcón y ofreció con vozarrón una suma enorme por la estampa, lo que aumentó el tropel hacia la calle del Puente. Arriba parecía detenerse y su brillo se tornasolaba suspendida en el vidrioso sol, casi como un volantín en la visión de los niños, pero algo la dejaba bailando en la ráfaga y cuando se veía caer entre el espanto de la gente volvía a ascender y tomar dirección hacia la ribera del río Mapocho, que atravesó a paciencia de todos, para entrar a la Cañadilla, hoy Independencia, y seguir una trayectoria que dobló la persecución por el puente de Cal y Canto de todos los suburbios.
Nadie vio la imagen sino como una estrella por las chispas que despedía, otros creían que era un milagro al detenerse en el viaje aéreo; cuentan que se doblaba y doblaba o simplemente brillaba y de verla caer algunos no creian porque ya era sagrada o de Dios por la velocidad de recorrer la ciudad. Lo curioso fue que la estampa se detuvo en un sitio tapiado en el oriente al llegar al callejón de los Olivos. Era una heredad de la familia de don Manuel Joaquín Valdivieso arrrendada a una mujer, de apellido Díaz, que tenía dos hijos pequeños, a los que enseñaba a rezar en esos momentos a la sombra de un durazno. Oraba distraída cuando vio asaltada las tapias por una muchedumbre dispuesta a atrapar la estampa que le caía del cielo y la ponía en sus manos.Se asustó y rogó que la respetaran armándose de un grueso palo entre sus dos hijos que lloraban temerosos de los requerimientos. Para la invasión de gente era tan crecida,que si escapó de unos, siguieron otros con delirio religioso asediándola hasta formarse una gresca que terminó por quitarle la estampa considerada milagrosa.
Todo fue una reyerta tremenda por poseer la imagen, desde que su dueño y comprador la exigía a manotadas, mientras don Juan José de Concha tenía listo un bolsón de monedas para el que se la entregara. Pero con esto aumentó la efervescencia por los contusos en el largo trecho recorrido debiendo intervenir el obispo don Manuel de Aldai que gobernaba el obispado de Santiago.Hubo de oír a la mujer arrendataria del terreno, que pedía la estampa por creerse con legítimo derecho a poseer lo que el cielo le había enviado de un modo tan extraordinario. El prelado escuchó el suceso y encontrando justificada la pretensión de la exponente, dictó una orden por escrito para que don Juan José de Concha hiciera entrega de la estampa a la señora Díaz.
El señor Concha cumplió esta petición.
El suceso dio mucho que hablar en varios años. En los círculos de las personas de mayor piedad e ilustración, en los conventos y demás lugares el caso se tuvo por sobrenatural, mientras que otros lo consideraban efecto de una ráfaga de viento sur, de los que suelen correr en días serenos. Pero sus devotos aseguraron que el día de la suspensión de la imagen no hacía “ningún viento” y volvían los otros a afirmar que habían visto la imagen en el aire “mezclada a una gran cantidad de pajas y polvo porque aquel turbillón cubría la atmósfera”.
De todos los santiaguinos fue siempre un sentimiento de amor a la madre piadosa que enseñaba catecismo a sus hijos, y el Iltmo. señor Doctor don Manuel de Aldai mandó colocar en el sitio en que descendió la imagen una inscripción que así lo declaraba, concediendo cuarenta días de indulgencia a los que rezan un credo delante de ella y poco después autorizó la erección en aquel sitio de un modesto oratorio.
Fue en tiempos del obispo don José de Marán, cuando por su devoción a la Virgen del Carmen, y de sus propios caudales, invirtió hasta cuarenta mil pesos en edificar la primera iglesia de la Estampa.
Conservó, en cambio, su ilustrísima paternidad, en su dormitorio, la maravillosa estampa y poco después de su muerte la encontró don Antonio Arcaya, que hizo el inventario de sus bienes y la ofreció a don Manuel Fernández, cuya esposa, doña Dolores Díaz obsequió al Ilustrísimo doctor don Rafael Valentín Valdivieso.
Se supone que esta imagen se conserva en el archivo de la Secretaría de Cámara del Arzobispado, porque no se ha considerado suficientemente demostrada su autenticidad.»
Fuente: Revista En Viaje. Octubre 1963 Nro. 360. Autor: Sady Zañartu