Boris Prado (43) está ocupado en su departamento-taller. Acaban de llegarle los cortes de vidrio que usará en los marcos donde expondrá los 30 volantines creados por él para la muestra “Volantúnez, dos artes en el cielo”, en la cual acompañarán nada menos que las obras de Nemesio Antúnez inspiradas en este antiguo “juguete” del aire.
La asociación entre el volantín y el connotado pintor nacional tiene antecedentes: el abuelo y maestro de Boris, Guillermo Prado, fue admirado por Antúnez, quien llegó a invitarlo a exponer en el Museo de Bellas Artes como reconocimiento a la maestría plástica y funcional de sus creaciones.
La actual exposición será inaugurada el martes 4 de Septiembre a las 18:30 en la Galería Cultural Codelco (Huérfanos 1270). No es la primera muestra en que participa Boris Prado, quien ha estado también en el centro Cultural Palacio La Moneda y en la Embajada China, y cuyos volantines han sido entregados por las autoridades como exclusivo regalo a dignatarios extranjeros.
¿Qué tienen de peculiar sus creaciones para ser consideradas por los entendidos como verdaderas obras de arte?
Primero que nada la esmerada técnica de ir pegando pedacitos de papel de manera tan exacta, que forman complejas figuras. Luego, el realizar una producción artesanal, única, artística y coleccionable; Boris trabaja a pedido de clientes desde hace muchos años. Sus obras están en Francia, Estados Unidos y Alemania.
El maestro volantinero
Pero, como reza el antiguo adagio, nemo repente fit summus — “nada grande se hace de repente”. Retrocedamos en el tiempo a los años 60 del siglo pasado, cuando el pequeño Boris acompañaba a su abuelo Guillermo Prado Catalán en el taller que tenía éste en su casa de Quinta Normal. A don Guillermo, autodidacta genial, le apasionaba el tema de la aviación y, como profesor de aerodinámica, analizó matemáticamente las proporciones, tamaño y peso ideal de un volantín a fin de establecer la fórmula definitiva; también innovó la forma de los palillos (fue quien introdujo los de alerce, raulí y araucaria) y, al modificar el peso de los mismos, pudo eliminar la cola del volantín; como si fuera poco, desarrolló ni más ni menos que el carrete con rodamientos. En suma, fue un maestro artesano que tomó muy en serio su oficio y lo elevó a un nuevo nivel, formando escuela y atrayendo admiradores. Entre éstos, como dijimos antes, estuvo Nemesio Antúnez, quien no dudó en llamarlo el volantinero más grande en la historia de Chile.
Cielos viejos y cielos nuevos para el volantín
En esos años se reunían, ya desde agosto, centenares de personas a competir con sus volantines. Éstos y el hilo curado eran esenciales para pasar una buena tarde. Pero el crecimiento urbano de Santiago fue ocupando los potreros y sitios baldíos en donde aquéllos se encumbraban. Fue entonces cuando, por desgracia, comenzaron los accidentes —algunos realmente graves— dando lugar a la posterior prohibición al hilo curado, lo cual tendió a estigmatizar a los volantineros como irresponsables que usaban algo peligroso y provocaban daño a las personas. “Lamento la mentalidad estrecha de los legisladores en no ver más allá del hecho policial y no apreciar la riqueza social de esta actividad”, matiza Boris.
De ahí que en los 90 decidieran especializarse en trabajos a pedido, como una forma de preservar y mantener este tradicional oficio. Tampoco quisieron “industrializarse” armando volantines estampados.
El más solicitado es el de 49 a 50 cm por lado. Actualmente ya no utiliza coligüe para los palillos: compra bambú traído de Indonesia o China. Confeccionar un volantín sencillo puede tardar media hora, pero el más complejo le demandó 15 días de trabajo.
Anualmente expone en la feria de Artesanía de la UC, en la que comenzó junto a su abuelo. Cuando don Guillermo falleció en 2003, Boris mantuvo la presencia con sus “juguetes del aire”.
Ya con los vidrios en el living, mientras en el sillón duerme su gato, aprovecha el final de la tarde para armar los marcos que mañana pasarán a buscar, con sus creaciones, para llevarlos al centro de la ciudad y ahí instalarlos para sorprender a los visitantes de la exposición .