El terremoto de 1960 fue de los más grandes registrados en la historia. Fueron dos terremotos en los días 21 y 22 de mayo. En los sectores de Puerto Saavedra, Valdivia y Chiloé fue particularmente destructor por el posterior tsunami que destruyó estas ciudades. Pequeños poblados costeros desaparecieron y el tren estuvo suspendido un par de meses por la destrucción de las vías.
También es recordado por el gran taco que los derrumbes de tierra provocaron en la desembocadura del lago Riñihue, lo que amenazaba con provocar un desborde e inundar totalmente Valdivia.
No obstante, un hecho poco conocido se produjo días después en la costa de la Araucanía, más precisamente en la zona de Puerto Saavedra.
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El Sacrificio de José Painecur
Las crónicas recuerdan que fue la tarde del 22 de mayo de 1960, cuando todavía no se extinguía la furia de los cataclismos que afectaron a la región y que tanto miedo provocaron entre sus pobladores, que los mapuches de Collileufu, un lugar cercano al lago Budi, en ese entonces un sector rural, sin vías de comunicación, donde sus habitantes hablaban solamente mapudungun, acordaron hacer un nguillatun de tres días, siguiendo las directrices de la machi Juana Namuncura, quien era la que tenía el poder de comunicarse con los espíritus que podían calmar las furias de la naturaleza.
Durante la ceremonia, la machi expresó haber tenido un sueño que la impelía a efectuar un sacrificio humano, como único medio para volver a la normalidad. Dicho ésto se eligió al nieto de Juan Painecur Paineo, de seis años, “el huachito”, el hijo de la Rosa, que lo había dejado al cuidado de su abuelo para irse a trabajar a Santiago.
“Traigan al nieto de Juan Painecur”, fue la sentencia de la machi que terminaría para siempre con la vida del menor y que se encargaría de cumplir Juan Paiñan, miembro de la comunidad, quien, según algunas publicaciones, luego de sacrificarlo, habría extraído sus vísceras, las que junto con el cadáver del niño fueron lanzadas al mar en el despeñadero del cerro La Mesa, lugar del nguillatún.
Hasta aquí el relato que se ha traspasado por generaciones.
Las investigaciones y las publicaciones de los medios de prensa de la época, nunca han arrojado claridad sobre la forma en que se efectuó el sacrificio. Si bien es cierto este fue un acto ritual, por ejemplo, ninguno de los presentes en el ngillatun entregó a un miembro de su familia para complacer los designios de la machi.
Entre los mapuches, no se conocen actos de canibalismo, como en otras culturas, donde a la par que se daba muerte al individuo, se le extraía el corazón y otras entrañas, las que eran consumidas in situ por los oficiantes del culto. Éste generalmente pertenecía a un enemigo, pero en este caso (como en otros), la muerte fue solamente ritual y el cadáver del niño fue arrojado al mar y nunca fue encontrado.
De igual manera, la fecha en que acontecieron los hechos se sitúa el 22 de mayo de 1960, pero la detención de los involucrados en el rito acontece los primeros días de junio, también con muchas variables.
El aporte de los antropólogos de la Universidad de Chile
Los antropólogos de la Universidad de Chile, Alberto Medina y Francisco Reyes habían realizado en 1959 un recorrido por las comunidades lafquenches del sector del lago Budi y las orillas del mar en Puerto Saavedra.
Durante sus estudios deseaban conocer el máximo de antecedentes de estas comunidades que en esos tiempos eran consideradas muy atrasadas en cuanto a su vinculación con la población chilena, puesto que a decir de uno de ellos “no conocían el pan y sólo se alimentaban de algas, pescados y mariscos” y si esto era algo del diario vivir, muchos tampoco hablaban el castellano.
Estos investigadores de las costumbres lafquenches habían sido claros al dirigirse al público en una exposición realizada en el Centro de Estudios Antropológicos de la capital, en el sentido que si alguna vez tenían lugar acontecimientos naturales extraordinarios, aflorarían costumbres ceremoniales ancestrales, que todavía estaban presentes en la memoria de estos habitantes de la zona costera, incluso las creencias relativas a sacrificios humanos, de las que también hablaban investigadores y conocedores de las tradiciones mapuches de siglos pasados.
De sus expresiones se dejaba entender que los lugares donde podrían ocurrir estos hechos eran precisamente los de la zona de la costa de Cautín, “por ser la más pobre, la más atrasada y por lo tanto la que menos se ha asomado a la civilización.”
El sacrificio de José Painecur sale a la luz
Los hechos sobre un presunto sacrificio humano, salieron a la luz cuando la madre del menor Rosa Painecur Antoniancao, que trabajaba como empleada doméstica en Santiago, tuvo permiso de sus patrones para viajar a visitar a sus parientes y especialmente a su hijo José a quien no encontró. Luego de mucho hablar con su padre sobre su ausencia, él le comentó que el niño lo había entregado para ser sacrificado en el nguillatún, como ofrenda para los dioses.
De inmediato Rosa Painecur concurrió hasta Carabineros, donde dio a conocer los hechos, por lo que se procedió a detener a su padre Juan José Painecur de 45 años, a Marcos Cuminao y a la machi Juana Namuncura.
Los antropólogos Reyes y Medina, que todavía estaban en el sector, en cuanto supieron de la detención de estas personas, llegaron hasta Nueva Imperial para poder entrevistarlos.
Según relataron más tarde, pudieron conversar con los detenidos en un barracón de 8 x 3 metros, que reemplazaba a la destruida cárcel, donde los hombres presos, estaban amarrados a un poste para evitar una posible fuga.
Auxiliados por un carabinero mapuche, quien les sirvió de intérprete, hablaron primero con Cuminao, quien recordó que había una leyenda que decía que cuando había grandes desastres, era necesario sacrificar una niña blanca y rubia, lo que Medina interpretó que no necesariamente debía ser una niña, sino que un niño albino.
En la conversación la machi manifestó: “la sangre de los animales es la que calma a los espíritus”. Luego de un momento contó que había tenido visiones que le exigían “sacrificios humanos, como en los antiguos tiempos y eso lo sabe toda la comunidad.”
Según los antropólogos, la machi no demostraba afectación ni exaltación, lo único que le preocupaba era seguir predicando la necesidad de sacrificar a un niño para contentar los dioses en situaciones como la acontecida.
Luego conversaron con el abuelo del niño, el único que hablaba castellano, quien explicó:
-Yo quería mucho a mi nieto. Era mi nieto más querido ¿Cómo no lo iba a querer si era él quien me cuidaba el ganado?…
Luego continúo:
-Yo había juntado un poco de dinero para mandar a mi hija a Concepción, para que trabajara y mejorara su vida… Yo no estaba cuando se llevaron al niño. ¡No sé qué es lo que ocurrió! ¡Yo lo quería mucho, lo quería mucho!
En ese momento regresó el carabinero traductor, quien le preguntó:
-¿Sabe usted quien se llevó a su nieto?
-Se lo llevó Paiñan.
-¿Quién?
-Paiñan, le dicen “el tuerto”, porque le falta el ojo derecho.
-Horas más tarde los carabineros detenían a Juan Paiñan, quien ofició de sacrificador en el ritual efectuado en el cerro La Mesa, a orillas del mar.
Cincuenta años después
En el diario “El Austral” de Temuco, del 24 de mayo de 2010, los periodistas Daniel Carrillo y Rodrigo Obreque, recordaron estos hechos, agregando una entrevista a Rosa Painecur la madre del menor, quien recordó que una semana antes de los terremotos se encontraba en Santiago trabajando y tuvo un extraño sueño en que aparecían personas como sombras, un pájaro robándose un pollo y ella gritando y gritando, que se lo llevaban para siempre.
Recordaba qué por falta de medios, no le quedó más que emigrar en busca de un trabajo que le había conseguido una tía.
Entre sollozos relató. “Era bonito el cabrito, era alentado, cuidaba ovejas donde su abuelito. Lo dejé donde él cuando me fui yo.”
A pesar del tiempo transcurrido, Rosa Painecur manifestó que fue su padre quien llevó al niño hasta el cerro La Mesa, “lo llevó engañado, tanta cosa que dijo, yo no pude hablar con él, al tiro lo agarré preso no más, lo denuncié”. Entre lamentos y lágrimas recalcó que esa pena no se borraría nunca y que el perdón seguiría siendo en su alma una palabra prohibida. Más adelante agregó: “No los perdoné…todos murieron de viejos”.
El nguilatún tuvo lugar en el cerro La Mesa el y en él participó toda la comunidad, actuando como oficiante la machi María Luisa Namuncura Aiñiel -45 años- y como “guardián” o “sargento” de la ceremonia Marcos Cuminao Currinca -42 años-.
Publicaciones sobre el sacrificio de José Painecur
Este suceso fue ampliamente divulgado por la prensa santiaguina, especialmente por las revistas “Ercilla” y “Vea”, además del diario “Austral” de Temuco, fuentes primarias del suceso.
Además del juicio realizado, que declaró que el hecho de la muerte del niño había tenido lugar, pero que más tarde los autores fueron absueltos pues los involucrados habían actuado sin libre voluntad, impulsados “por una fuerza física irresistible, de usanza ancestral” , basándose en el artículo 391 del Código Penal.
El investigador norteamericano Patrick Tierney, quien investigó los hechos, tuvo nexos con la machi Juana María Namuncura, de quien recibió una copia del juicio y con el escritor y poeta mapuche Lorenzo Aillapán, material que le permitió publicar el libro “El Altar más alto” (1989).
De igual forma docentes de la Universidad de la Frontera han efectuado algunas publicaciones, que lamentablemente no han sido divulgadas suficientemente para el conocimiento del gran público.
Bibliografía
Revista Vea, 30 de junio de 1960.
Revista “ERCILLA” N° 1312 de 13 julio 1960, archivo autor.
Revista “ERCILLA” N° 1308” de 15 junio 1960, La Epopeya del Riñihue archivo autor.
https://radiojgm.uchile.cl/painecur-la-obra-que-retrata-el-sacrificio-de-un-nino-mapuche-en-1960/
https://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0717-71942018000200423https://es.wikipedia.org/wiki/Sacrificio_humano_del_5_de_junio_de_1960_en_Chile