Navidad: la antigua tradición de la Misa del Gallo

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En el siglo V de la era cristiana, el Papa Sixto III (432-440) estaba inmerso en una serie de polémicas con herejías como el nestorianismo y el pelagianismo (la primera consideraba a Cristo separado en dos naturalezas, humana y divina, y la segunda negaba el papel de la gracia). La correspondencia que mantenía con el obispo de Hipona, San Agustín, era fundamental para mantener claros los rumbos de la Iglesia. Pero también lo eran las obras y los símbolos que manifestaban las realidades sobrenaturales.

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Urna que contiene los restos del pesebre Flickr.com/xiquinhosilva

Eso se tradujo en la reconstrucción de la Basílica Liberiana como Basílica papal de Santa María la Mayor, ubicada en la colina romana del Esquilino, ya que ahí se había producido el célebre milagro de la nevazón junto a la aparición de la Virgen María. Era uno de los primeros templos dedicados a la Madre de Dios bajo el título “Nuestra Señora de las Nieves”, en alusión al referido acontecimiento. Una de las más preciosas reliquias de la Cristiandad vino a enriquecer la Basílica: la Sagrada Cuna (Sacra Culla). En efecto, en la cripta ubicada bajo el altar mayor fueron depositados en una hermosa urna de mármol los restos de las tablas del Pesebre en el cual nació Jesús, entregados por la Emperatriz Santa Elena, madre de Constantino.

El papa Sixto, con el aval del decreto conciliar, comenzó entonces a incentivar el sentido sobrenatural de la Navidad con la celebración de una vigilia y misa en el simbólico lugar que reunía las reliquias del pesebre con la devoción a María. La ceremonia debía realizarse apenas cantara el gallo; de ahí la tradición del nombre dado a esta misa, y que perdura hasta hoy.

Con los años la Misa del Gallo se trasladó al Vaticano y comenzó a ser replicada en todas las iglesias del mundo en la vigilia de Navidad, como una tradición sagrada y festiva de la Cristiandad occidental.

Este año el Papa Benedicto XVI espera a miles de fieles del mundo entero que confluyen al centro visible del cristianismo para, deponiendo por un momento las preocupaciones muchas veces agobiantes de nuestros días, acompañarlo en la víspera de la celebración del Nacimiento de Jesús, nuestro Salvador. En el rito de las fiestas profanas o familiares el hombre busca sobreponerse con alegría a la trivialidad y a los límites de lo cotidiano; en las grandes celebraciones sacras, puede abrir una ventana para que el tiempo se asome a la eternidad.

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Basílica de Santa María la Mayor www.flickr.com/jimforest

En Santiago, fieles de todas las edades y condiciones seguirán una vez más la venerable costumbre, acudiendo en familia a la Misa del Gallo en las Parroquias,  o a la Catedral Metropolitana, dedicada a la Asunción de la Virgen. Presididos por el oficiante, ministro de Dios, allí asistirán con serena esperanza en esa noche de bendición a la renovación del Sacrificio Eucarístico, misterio central de la Fe; saldrán del nivel de lo cotidiano para celebrar,  entre momentos de suave recogimiento, himnos de gratitud y alegres villancicos,  la llegada del Niño Dios, Príncipe de la Paz a sus propias vidas. Es la belleza sacral de la fiesta navideña — vista a la luz siempre antigua y nueva de la tradición — en que algo del Cielo parece posar discreta pero poderosamente sobre la tierra.  Belleza sutil de un otro orden — infinitamente más perfecto pero armónico con el nuestro — venida desde muy alto y que se entrega, generosa, a quienes poseen suficiente nobleza, elevación y sencillez de alma para darle el valor debido.