En el Santiago de mediados del siglo pasado, de una escala más humana y amigable que la de hoy, estaban en plena vigencia una serie de oficios que cubrían, caseramente, necesidades cotidianas de sus habitantes: el lechero, el verdulero, el panadero, etc. Una nota común en ellos contribuía a darles su color local: el reparto lo hacían en pintorescos coches especialmente adaptados para cada uso. En ellos los vendedores recorrían las calles de los diversos barrios, generando muchas veces a su paso una serie de leyendas y pequeñas historias que se han ido transmitiendo en el imaginario colectivo hasta nuestros días.
En Conchalí nos hemos encontrado con un artesano que revive esas expresiones de un pasado reciente donde lo rural todavía se hacía presente en la gran ciudad. Se trata de Gustavo Méndez (64), quien ha dedicado más de 40 años de su vida a fabricar pequeñas y perfectas réplicas de esos y otros coches: “En mi barrio por esos años todo el movimiento de transporte era a caballo y usaban el carretón lechero, el verdulero, el cubero (agua), la golondrina (que hacía mudanzas), incluso frente a mi casa vivía un verdulero que tenía un carretón muy lindo con llantas de fierro y tenían dos vacas. Eso lo encontraba muy pintoresco y bonito. Entonces ahí nació este oficio de hacer coches, de una manera autodidacta, mirándolos, dibujándolos y según mis técnicas de manualidad armando carruajes.”
Su anhelo, su sueño, siempre fue poder habitar en el campo. Pero la vida lo ha retenido en la ciudad. Al recrear los coches y carruajes en miniatura se transporta, de alguna manera, a su mundo ideal.
Mucho le sirvió para ello el ejemplo de su padre, ingeniero metalúrgico, quien en el taller del patio de la casa, le enseñaba a él y sus hermanos a realizar diversos trabajos manuales como construir un juguete, usar el torno, o reparar un motor. Tal destreza manual luego la aplicó en los pequeños objetos de su pasión. De sus hábiles manos van surgiendo coches de panadero y lechero, carretón verdulero, la cabrita, el cabriolet, un carruaje presidencial o una carroza mortuoria. Sin embargo el que más le gusta es el coche Victoria, como los que circulan en Viña del Mar. “Fui a esa ciudad a verlos, los dibujé, vi sus detalles y de regreso en mi casa comencé a diseñarlo, hice una maqueta y comenzó a tomar forma”, cuenta con orgullo.
Uno de los coches que más me le costó hacer fue el que se usaba para la Fiesta de la Primavera en Santiago. Era de dos pisos y presentaba muchas dificultades. Como no usa planos, sino que observa fotos o dibujos, en su mente crea la escala del objeto y luego se imagina cada una de sus piezas. Luego nace la maqueta en madera y con varias piezas metálicas en la parte de los ejes. Finalmente es pintada con los colores de la época. Todo este trabajo lo realiza solo, sin ayudantes, a veces interrumpido por la “Bruja”, una simpática gata que lo acompaña.
Un modelo bastante llamativo es el Buque Manicero, que muchos alcanzaron a conocer transitando en nuestras calles , antes de la avalancha del los Nuts4Nuts semi americanos, que los hundiesen en las esquinas capitalinas. “Busco que cada persona reviva lo que sintió en su niñez o juventud. Que vuelva a su pasado” nos dice Gustavo. “Hago coches que se usaron en todo Chile, en la Pampa, la zona central y la Patagonia. Con ellos ayudo a revivir bellos momentos a muchas personas que los ven. Investigo en libros, en diarios, voy a verlos a los campos, les tomo fotos. Pero muchos no saben lo que tienen y no los cuidan por falta de cultura para preservar nuestro pasado histórico.”
Aunque su trabajo ha sido reconocido, como el año 2008 cuando recibió el Premio al Mejor Artesano en la Feria Internacional de Artesanía de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Lo que más lo motiva es la conexión de historias personales con sus coches. “Una vez en la exposición de Vitacura llegó un señor mayor con su hija y toma un carretón repartidor de pan, lo mira, lo revisa, lo vuelve a ver, y de súbito comienza a tiritar, tiritaba entero. La hija lo tranquiliza, le toma las manos y se lo lleva. Pero vuelve a los pocos minutos, vuelve corriendo y me pide el coche que había visto el señor. “Lo que sucedió es que mi papá se emocionó tanto de ver ese carretón porque cuando él era niño trabajó en uno de esos, del mismo color, igualito”. Estos testimonios a uno lo motivan, con ellos dice “logro el objetivo.”
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