Carta del Guardiamarina Vicente Zegers narrando el Combate Naval de Iquique

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21 de mayo de 1879, hace 140 años un grupo de valerosos marinos chilenos comandados por su capitán Arturo Prat se enfrentaron en sus frágiles naves ante el avasallador hierro peruano del Huáscar. Gloriosa epopeya que fue perpetuada para la posteridad de puño y letra del guardiamarina Vicente Zegers narrando el Combate Naval de Iquique.

Carta del Guardiamarina Vicente Zegers narrando el Combate Naval de Iquique
Guardiamarina Vicente Zegers

Vicente Zegers Recasens (1860-1926), ingresó a la Escuela Naval en 1875. Sirvió en las dos campañas contra el Perú; en la primera, en el combate de Chipana el 12 de abril  de 1879 y en el Combate de Iquique, donde fue hecho prisionero. Participó después en los bombardeos del Callao, Mollendo y Chancay y en los bloqueos de Iquique, Mollendo, Cerro Azul y Callao. En la segunda campaña sirvió bajo las ordenes del General Arriagada contra Iglesias y Cáceres. Fue condecorado por sus acciones de guerra y alcanzó el grado de Contraalmirante de la Armada de Chile en 1908, de la que se retiró en 1918.

Carta del Guardiamarina Vicente Zegers

Copiamos a continuación la carta que el joven guardiamarina Zegers, escribió a su señor padre pocos días después del memorable combate, desde su cautiverio:

“Iquique, 28 de mayo de 1879.

Señor don José Zegers.-

Valparaíso

Querido Papá:

No sé si esta carta pueda llegar a sus manos, sin embargo confío en ello y deseando que Ud., esté al cabo de lo realmente sucedido el 21 del presente, trataré de hacerle una descripción del desigual combate habido entre el blindado peruano “Huáscar” y nuestra débil pero gloriosa corbeta “Esmeralda”. Es natural que no relate muchos de los incidentes de esta horrible tragedia; más ello es natural, debido en parte al olvido y en parte a lo sensible que me es relatar escenas terribles que es necesario verlas para comprenderlas: sin embargo, trataré de ser lo más explícito posible y espero que usted quedará satisfecho con mi relación.

Como le he dicho en mis cartas anteriores, con motivo de la salida de la escuadra quedamos como sostenedores del bloqueo la “Covadonga” y nosotros. Vivíamos tranquilos cumpliendo nuestro cometido y sin sospechar siquiera una sorpresa por parte del enemigo, cuando en la mañana del Miércoles 21 avistamos por el norte dos buques, que resultaron ser  los blindados peruanos ‘‘Huáscar” e “Independencia”. Inmediatamente que avisamos a nuestro querido comandante de la proximidad del enemigo, ordenó tocar generala con una calma digna de todo elogio.

Era natural que al ver nuestra gente la inmensa superioridad del enemigo hubiera desmayado y perdido el entusiasmo. Sin embargo, no sucedió así y al oírse el toque de corneta todo el mundo sonrisa en los labios, la esperanza en el corazón y con el placer que se experimenta al defender la patria querida.

Mientras esto sucedía a bordo, el “Covadonga” se alistaba en son de combate y se ponía en movimiento.

Casi al mismo tiempo nuestro comandante tocó el botón de la máquina para hacer nosotros lo mismo, más aún no había dado dos vueltas la hélice, cuando una de nuestras calderas se rompió, quedando en consecuencia con una y con un andar de dos millas.

La situación no podía ser más difícil, más nadie parecía comprenderla, pues sólo se veía en los semblantes el entusiasmo y el deseo de combatir.

Eran las 8.40 y la “Covadonga” pasaba inmediato a nosotros, cuando el “Huáscar” hizo el primer disparo,  el cual cayó exactamente entre la proa  de aquel y la popa de nosotros. En aquel instante se sintió un unísono ¡viva a Chile! lanzado por las tripulaciones de ambos buques y poco después el comandante, poniéndose al habla con el capitán Condell, jefe de la “Covadonga”, le ordenaba conservarse en fondo, manifestando así su plan que era interponerse entre los fuegos del enemigo y la población para que los  proyectiles de aquel fueran a herir a ésta.

Apenas habían pasado algunos instantes cuando la “Covadonga” rasgó el aire con su primer disparo, el que fue saludado con un ¡¡hurrah!! general.

En aquel momento, el combate era sostenido por nuestros buques y el “Huáscar”. La “Independencia” avanzaba sin hacer todavía uso de sus cañones. Poco se demoró la “Esmeralda” en seguir el ejemplo de su compañera, pues una descarga hecha por la batería de estribor hizo conocer al enemigo que a bordo todos estaban resueltos a morir antes que rendirse. Vino a fortalecer el propósito de nuestros tripulantes la voz del comandante, que se expresó en estos términos:

“Muchachos: la contienda es desigual, pero ánimo y valor.  Hasta el presente, ningún buque chileno ha arriado jamás su bandera; espero pues, que no sea esta la ocasión de hacerlo. Por mi parte, yo os aseguro que mientras viva tal cosa no sucederá y después que yo falte, quedarán mis oficiales, que sabrán cumplir con su deber”.

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Al mismo tiempo se sacó la gorra y prorrumpió en un ¡Viva Chile! que fue varias veces repetido por nuestra gente llena de entusiasmo.

Sería necesario que usted se hubiera hallado antes en un caso semejante para comprender el entusiasmo que es capaz de despertar un viva a la patria lanzado por un jefe querido en aquellos supremos instantes. Le aseguro que a muchos les vi lágrimas en los ojos.

Serían cerca de las 9 cuando la “Independencia” empezó a ayudar al Huáscar en su obra de exterminio. Los proyectiles llovían, pero a nadie herían, y un humo intenso cubría el lugar del combate.

La “Covadonga”, allegada siempre a la orilla, trataba de dar vueltas a la isla para pasar al otro lado y dividir así el combate entre buque y buque, lo que consiguió seguida de cerca por la “Independencia”.

Causaba no sé qué impresión ver aquel enorme blindado combatiendo con nuestras pequeñas cañoneras. Combatían dos cañones de a 70 contra uno de 300, ocho de 150 y 18 de a 70. Por nuestra parte seguimos batiéndonos con el “Huáscar”, y mientras las balitas de nuestros pequeños cañones rebotaban a 1 costado de éste sin dejar ni aún el rastro, los proyectiles que él nos lanzaba pasaban más o menos cerca, perdiéndose inmediatos a la población. En aquellos instantes nos batíamos por defender la honra de nuestra nación y cumplir como buenos, más, nos hallábamos completamente seguros de que aquel combate entre fuerzas tan intensamente desiguales no podría terminar sino con el exterminio de nuestro querido  y glorioso buque.

Nos habíamos acercado mucho a tierra y nos creíamos seguros de los espolonazos, cuando una lluvia de balas de cañones y rifles lanzadas de tierra nos hizo comprender que nos batíamos con dos enemigos: los blindados y el ejército, quienes nos tomaban entre dos fuegos.

La primera sangre que corrió fue causada por estos disparos: una de las granadas dio en el estómago de los sirvientes de un cañón, matándolos en el acto, y otra hirió en un brazo a un muchacho, que al ver correr su sangre gritó: ¡Viva Chile! Pocos momentos después, casi a las dos horas del combate, el “Huáscar” nos acertaba su primer balazo, el cual, penetrando por babor, salió por estribor llevándole una pierna a uno, abriendo un agujero como de un metro cuadrado y declarando un pequeño incendio, que fue sofocado a tiempo por la gente destinada a ese objeto.

Como continuaron hostilizándonos desde tierra, hicimos sobre ellos cinco disparos de cañón, al mismo tiempo que los rifleros hacían un fuego graneado sin interrupción, que era también contestado, causando bajas en nuestras gentes. Yo me hallaba próximo a la amurada de estribor junto con el teniente Uribe, cuando una granada dio en ella, abriéndola, lanzando lejos el cabriero e hiriendo a un sirviente del cañón en que yo estaba. En estos momentos se acercó a mí el teniente Serrano y me dijo: “Vamos a la cámara a tomar la última copa”. Lo seguí, y allí, después de darme un abrazo, me dijo algunas palabras que indicaban lo resuelto que estaba para todo.

Subía por la escotilla a cubierta, impresionado con sus palabras, cuando encontré un mecánico que también me abrazó diciéndome: “Señor Zegers, adiós, ¡no hay que darse hasta el último!”. Le aseguro, querido papá, que aquellas escenas eran de partir el alma a cualquiera. Me causaba no sé qué impresión ver la firmeza con que esperaban la muerte todos aquellos hombres que sin esperanza se batían para defender la patria, dejando algunos esposas y otros madres, completamente abandonadas. Le aseguro que mientras viva, nunca olvidaré las palabras de Serrano, una de las personas a quien debo más.

Cuando salí a la cubierta, el combate se encontraba en lo más recio. La “Esmeralda”, para librarse de los fuegos de tierra, se había hecho un poco más al norte, lo que hacía que el ‘‘Huáscar” le disparara sin cesar, causando los más terribles estragos.

No se veía ni atendía heridos porque solo se encontraban cuerpos mutilados sin señales de vida. Yo me dirigí a un cañón e hice varios disparos hasta que el cabo me dijo: “Señor, deme a mí la rabiza porque hasta aquí no he tirado casi nada”. Se la di, me fui a otro cañón de popa que pronto quedó fuera de combate.

Me dirigí de nuevo a proa, y al pasar por el cañón que había ocupado antes, vi en la cubierta el cadáver mutilado del cabo que me había pedido la rabiza: una granada del “Huáscar” le había volado la cabeza y parte de los hombros, no dejando sino restos cauterizados que humeaban todavía. Seguí mi camino a proa, y allí encontré a mi compañero Riquelme que con un valor digno de todo elogio disparaba sin cesar. Me dio la mano y me dijo: -‘‘Si la suerte  nos es adversa a uno de los dos, espero que ambos sabremos cumplir como amigos y compañeros”.

Agregó algunas otras palabras y continuó con su tarea después que yo le hube prometido cumplir lo que me pedía.

Subí al castillo, donde me refresqué con un poco de agua con coñac que tenía el teniente Uribe y en seguida me fui de nuevo a la popa, donde me ocupé en disparar con varios cañones.

Hasta aquel momento no había perecido ningún oficial, a todos los veía en sus puestos, hasta algunos oficiales mayores que, como el contador, se ocupaban en ayudar a animar la gente con su palabra.

El señor comandante, con su acostumbrada calma, seguía dando órdenes, que eran inmediatamente cumplidas, excepto las que se referían a la máquina, pues ésta apenas se movía.

En su rostro no se veía sino la serenidad y el buen tino, junto con el deseo de morir con honra antes que rendirse.

Eran las 12, y parece que el enemigo se hallaba disgustado de nuestra resistencia, pues deseando concluir pronto, viró un poco y nos puso su proa perpendicular a nuestro costado, dando al mismo tiempo toda fuerza a su máquina, demostrando así su deseo de hacernos rendir o partirnos en dos! Al ver esto la gente, en lugar de abandonar sus puestos y buscar su salvación, cargó inmediatamente la artillería y esperó en esta posición.

En este momento yo me hallaba a proa. El enemigo se encontraba ya cerca cuando se sintió una descarga terrible producida por nuestros cañones, que concentrados dispararon sobre el enemigo sin causar más que rasguños.

Al mismo tiempo los rifleros de las cofas hacían sobre la cubierta un fuego graneado que no hacia gran daño, pues casi todo el mundo se ocultaba abajo.

Pocos minutos después, a pesar de habernos movido lo que la máquina nos permitía, sentimos un choque horrible que el “Huáscar” daba a la “Esmeralda” en la parte de popa, a babor.

Al mismo, tiempo el comandante gritó: ¡Al abordaje muchachos! precipitándose él primero sobre la cubierta del enemigo; más, desgraciadamente, la voz no fue oída, y el “Huáscar” mandó atrás.

Se desprendió inmediatamente, no alcanzando a pasar nadie más que él y el sargento de la guarnición, que era el que estaba más inmediato. Usted puede comprender cual sería la situación de nuestro bravo comandante al verse acompañado de un solo soldado sobre la cubierta del “Huáscar”. Los que lo vieron de cerca dicen que poniéndose pálido y demostrando en los ojos el fuego patrio que lo animaba, se adelantó seguro hacia la torre del comandante.

¡Dios sabe con qué objeto! Más, desgraciadamente, no pudo realizar su deseo, porque en aquel mismo instante recibió un balazo en la cabeza que lo dejó muerto sobre la cubierta. Mientras tanto, el sargento había recibido diez o doce balazos, y sentado sobre una bita*, se balanceaba profiriendo palabras entrecortadas. En esta posición fue como lo tomaron prisionero.

Debo hacer constar aquí un hecho que nos causó en el entrepuente numerosas bajas. AI dar el “Huáscar” su espolonazo, disparó a boca de jarro los dos cañones de su torre, cuyos proyectiles fueron a penetrar en el entrepuente causando los más horribles estragos. Era cosa de partir el alma ver los restos humanos que por todas partes cubrían la cubierta de este departamento. Mientras el “Huáscar” se retiraba, nuestra gente acudía de nuevo a los cañones y rompía el fuego con más viveza que nunca.

Sabíamos que nuestros proyectiles no debían causar daño a1 enemigo, más, nos consolaba el pensar que ellos eran suficiente para demostrar que la tripulación de la “Esmeralda” sabía defenderse hasta el último momento salvando así ilesas las gloriosas tradiciones del buque que pisaba. A1 ver el teniente 1° señor Uribe que el Comandante había saltado, se fue de proa a popa a ocupar su puesto y, mandando llamar a1 ingeniero 1°, le ordenó que tuviera las válvulas listas para echar el buque a pique tan pronto como se le ordenase.

Venía yo de popa cuando encontré a1 teniente Serrano, quien me dijo: “Tengo que comunicarte una gran desgracia: “¡nuestro Comandante ha muerto!”.

No sé realmente lo que pasó por mí al oír aquella noticia; pero ella me hizo comprender que era necesario perecer como él antes que arriar nuestro glorioso pabellón, que orgulloso flameaba en el pico de mesana.

Comunique esta triste noticia a mi compañero Riquelme que fue el primero que encontré haciendo de cabo de un cañón, y fue tal su excitación a1 oírme, que saltando del castillo a cubierta gritó: “¡Muchachos, nuestro comandante ha muerto!” “¡Corramos, que es necesario vengarlo!”.

Al oír nuestra gente aquellas palabras, se conocía que palpitaba de entusiasmo a la sola  idea de saltar a1 abordaje sobre la cubierta del “Huáscar”.

Serían las 12.30, y el enemigo, como a 300 metros, continuaba sus disparos sin interrupci6n, causándonos inmensas bajas con cada una de sus granadas. Usted comprende que a esa distancia era imposible errar tiros. Mientras tanto, se alistaba para darnos la segunda embestida, y al mismo tiempo gobernábamos para evitarla, pero desgraciadamente el buque apenas se movía y el segundo choque tuvo lugar diez veces más terrible que e1 primero, disparándonos como en aquella, las dos piezas de su torre.

Al juntarse los dos buques, el teniente Serrano, revólver y espada en mano gritó: ¡Al abordaje! Y la gente se lanzó al castillo con ese objeto, más, el comandante Grau, que talvez preveía esto, hizo inmediatamente atrás; sólo alcanzó a saltar Serrano acompañado de doce valientes más. Yo los vi cuando avanzaban por el castillo del “Huáscar”, bajando en seguida a la cubierta y acercándose a la torre, al pie de la cual recibió el teniente Serrano un balazo que lo tendió en cubierta, alcanzando, a decir a los que tenía al lado: “¡Yo muero; pero no hay que darse, muchachos! ”.

Los valientes trataron de cumplir con esta orden, pero o fueron muertos a balas, o quedaron sin cartuchos que poder disparar. Ametralladoras situadas a popa barrían con todos.

La “Esmeralda”, que había recibido sin gran daño el primer espolonazo, sufrió inmensamente con el segundo, empezando a hacer agua por la proa, lo que hizo que se anegara la Santa Bárbara y apagara los fuegos de la máquina. Casi a un mismo tiempo subieron sobre cubierta el condestable y el ingeniero 1°, ambos a avisar al1 teniente 1° lo que pasaba en sus departamentos. Bajaba el 2° de la toldilla, a decir lo ocurrido, cuando vino una granada que lo hizo desaparecer. Escenas como estas se repetían a cada momento, pasando desapercibidas a causa del estruendo de los cañonazos y del fuego que dominaba a la gente.

Como usted ve, el buque quedaba como una boya, sin gobierno y sin máquina y esperando por momentos hundirse con todos sus tripulantes; sin embargo de esto, el entusiasmo de los pocos que quedaban en cubierta no desaparecía, y tres o cuatro cañones que aún tenían cartuchos seguían disparando para sostener hasta el último instante la enseña del poder naval del Pacifico.

El “Huáscar” no cesaba sus fuegos, y la dirección que tomaba nos hizo comprender que, aprovechándose de nuestra inmovilidad, no haría tardar mucho un tercer espolonazo.

En efecto, era la 1 y minutos cuando sentimos el tercer choque más terrible aún que el anterior, sintiendo al mismo tiempo las detonaciones producidas por los terribles cañones del enemigo, que esta vez produjeron estragos mucho mayores que los anteriores. Una granada penetró por estribor, debajo de la toldilla, mutilando horriblemente a unos y matando instantáneamente a otros. En aquel lugar se encontraban muchos muchachos de doce a catorce años, ayudantes de timonel, que quedaron vivos, pero horriblemente heridos, lanzando por este motivo alaridos capaces de enternecer al hombre de corazón más duro.

Un cabo de la guarnición llamado Reyes, que sabía tocar la corneta, al ver que el del buque había sucumbido, la tomó y siguió tocando “ataque” con una firmeza admirable, hasta que vino una granada que le voló la cabeza.

Si esto era terrible, querido papá, aún falta lo peor. Se hallaban en la sala de armas, listos para salir a cubierta, los ingenieros Mutilla, Manterola y Gutiérrez, que habían abandonado la máquina, por estar llena de agua, juntos con los mecánicos Torres y Jaramillo, el sangrador, el maestro de víveres, el despensero y dos carpinteros, cuando vino una granada que los destrozó a todos, no dejando vivo sino a Segura, que también estaba con ellos y que no sabe darse cuenta del modo como ha salvado.

Igual suerte corrieron diez infelices heridos que se hallaban acostados después de haber recibido la primera curación.

El buque se hundía rápidamente de proa; sin embargo, aún se oían algunos  disparos que indicaban que todo el mundo permanecía en sus puestos. En aquellos supremos instantes estábamos casi todos los oficiales en la toldilla y decidimos esperar que el buque se sumergiera. Ya la proa desaparecía bajo las aguas, cuando se sintió un último tiro, a1 mismo tiempo que un ¡Viva Chile! lanzado por los pocos sobrevivientes, demostraba a los observadores de aquella horrible tragedia, el valor de que eran capaces los hijos de nuestra noble tierra.

Casi inmediatamente el buque se hundió con todas sus banderas: la de jefe al tope de mesana, la de guardia en el trinquete, el gallardete, el mayor y dos nacionales a1 pico de mesana, pues se había tomado la precaución de izar otra por si acaso faltaba la primera… Tal fue el fin de la gloriosa “Esmeralda” y hasta el último instante supo conservar sus honrosos antecedentes, prefiriendo sucumbir antes de arriar su pabellón.

Cuando el buque se hundió, yo estaba en la toldilla, y casi a1 mismo instante sentí hundirse el buque bajo mis pies, y el torbellino inmenso que formó al1 desaparecer bajo las aguas.

Permanecí por algunos instantes sin saber lo que me pasaba y Dios solo sabe cómo salve. Cuando saqué la cabeza del agua, vi al “Huáscar” y una especie de nata formada por cincuenta o sesenta cabezas junto con diferentes trozos de madera, restos del buque. Yo, como Ud. no lo ignora, se nadar, traté de irme a tierra junto con dos marineros, que sabía eran buenos nadadores, nos prometimos ayudarnos mutuamente.

Yo veía cerca el “Huáscar”, y veía también sus botes, que trataban de salvar a los náufragos. Más, no sé qué instinto me obligaba a huir de ellos; pero el bote avanzaba con gran ligereza, y pronto sentí en mi cabeza la voz de un oficial que me decía subiera al bote. No teniendo otra cosa que hacer, subí y allí encontré a varios compañeros que ya habían sido recogidos.

Pregunté por Riquelme y tuve gran sentimiento al saber que había perecido. Recogimos a varios otros, y pronto llegamos a bordo, donde fuimos bien recibidos.

Allí permanecimos cuatro horas, viniéndonos en seguida a tierra, donde permanecimos como prisioneros de guerra. Nos trataban bien. Estábamos alojados en el cuartel de bomberos.”

VICENTE ZEGERS

(Tomado de revista SELECTA N° 2, Santiago, Chile año 1909.)

* Bita: Pieza sólida de metal o de madera fuertemente unidas a la cubierta y utilizadas para tomar vueltas sobre ellas a las cadenas de las anclas.