Cuando las corridas de toros con todos sus iluminados destellos, están en franca retirada en España, recordamos que en Chile también las hubo en tiempos de La Colonia y posteriormente a principios del siglo XX, especialmente en Valparaíso a pesar de la expresa prohibición dictada en 1823 y de la que hemos obtenido copia para presentarla a nuestros lectores:
TOROS, PROHIBICIÓN DE LIDIAS
El Director supremo del Estado de Chile, etc.
Por cuanto el Soberano Congreso Constituyente ha decretado lo siguiente:
El Soberano Congreso Decreta y sanciona:
Quedan abolidas perpetuamente en el territorio de Chile las lidias de toros, tanto en las poblaciones como en los campos.
Comuníquese al Poder Ejecutivo para su promulgación, cumplimiento y circulación. Sala del congreso, setiembre 15 de 1823.- Juan Egaña, Presidente.- Dr. Gabriel Ocampo, Secretario,.- Miguel Riesco y Puente, prosecretario.
Por tanto, ordeno que se publique por ley, insertándose en el “Boletín”.- Dado en el Palacio Directorial de Santiago de Chile a 16 de setiembre de 1823.-Freire.-Mariano de Egaña.-
Boletín libro I, año 1823, páginas 183 y 184.
Con esta lacónica ley promulgada por el Congreso Constituyente y refrendada por el Director Supremo don Ramón Freire, se daban por terminadas en Chile las corridas de toros. No se entregaban argumentos ni se adornaba con otras palabras que pudieran dar lugar a subterfugios para eludirla. Sin embargo, caso raro, no se imponía ningún tipo de sanción a quien las promoviera.
El documento no hace alusión alguna a la forma de efectuar estas corridas, tal como se verificaban en España, que es capeando al toro, picándolo, banderillándolo y matándolo.
Contenidos
Sobre el toreo en Chile
Se tiene conocimiento que en Chile las primeras corridas de toros tuvieron lugar el año 1555 y se llevaban a efecto en Santiago, desde donde se habrían expandido a algunas otras ciudades. No obstante, en Chile no tuvieron el efecto de apoyo público como en los casos de Perú, Ecuador, Colombia y México, donde todavía los redondeles tienen un público fiel.
Sin embargo estas corridas tenían sus particulares generalidades, ya que si bien es cierto había una especie de “toreros”, era éste generalmente un hacendado, “vestido con una corta capa negra, daga, espada al costado y sombrero adornado con plumas multicolores”, quien realizaba esta función representativa, ya que eran los mozos que le acompañaban quienes finalmente daban muerte al toro, al que previamente se le había cortado las puntas de la cornamenta para evitar heridas.
Estos espectáculos taurinos generalmente tenían lugar en fechas especiales, como la llegada de un Gobernador o algunas festividades religiosas. Para ello se construía un ruedo similar a las medialuna que ocupan los huasos para dar vida al rodeo la chilena.
De tarde en tarde aparecía algún español aficionado que daba vida a una corrida no faltando integrantes para la cuadrilla, labor que generalmente desempeñaban algunos huasos atrevidos y buenos para el caballo, que no tenían miedo a enfrentarse a los toros bravos que previamente se bajaban de las tierras altas para dar vida a la lidia.
Los toreros de España, de nombre o de fama, no venían porque no había manera de evitar el tedioso cruce del Atlántico, ni había quien pagara lo que pedían.
El mezclarse la gente del campo a torear toros con puntas sin tener nociones de toreo, dio por resultado que ocurrieran algunas desgracias y de aquí tomó pie el Senado Consulto para prohibir las Corridas de toros en toda la República.
Transcurrieron una porción de años sin que nadie se acordara de toros ni toreros, hasta que en1892 vino a Chile don Emilio Gisbert, que había sido ayudante del general Cáceres en el Perú, quien en unión del actor Alfredo Maza y el periodista Salvador Ribera, emprendieron la tarea de gestionar la derogación de la Ley del año 1823, en que se prohibieron las corridas de toros, para establecer plazas de toros en Santiago, Valparaíso e Iquique y dar corridas de muerte al estilo de España.
Presentada la solicitud, aprobó el proyecto la municipalidad de Santiago, siguió el trámite a las Cámaras y la comisión del Congreso informó favorablemente; pero cuando llegó al Senado se encarpetó el proyecto, porque había muchos señores Senadores que se oponían y allí quedó dicho proyecto durmiendo el sueño de los justos o de los olvidados.
Hasta el año 1899 no se volvió a hablar más de corridas de toros en Chile, porque se las creía de imposible realización, pero en esta fecha vino un torero llamado Saturnino Aransáez Martínez, que empezó a mover los palillos para dar, sino corridas, a lo menos simulacros.
Creció de nuevo el entusiasmo; lo difícil era conseguir que la autoridad diera el permiso; pero el primer alcalde de Providencia Wenceslao Sánchez, que era abogado de agallas, estudió el asunto y concedió permiso para que se estableciera una plaza interina en el Fronton Ballesteros de dicha comuna.
De consiguiente, la cuadrilla de Aransáez fue la primera que se presentó en la arena.
Al poco tiempo en 1901, se formó una sociedad compuesta de siete caballeros, quienes edificaron una plaza de madera al estilo de las de España, que estaba situada en los terrenos del Mapocho, de la misma comuna de Providencia, frente a la estación ferroviaria Pirque o de Providencia.
El Alcalde señor Sánchez y el abogado de esta nueva empresa señor Isidoro Vásquez Grille, que también era de ñeque como su colega, rechazaron todas las acusaciones que se les vinieron encima del Promotor Fiscal Sr. Urzúa Gana y todas las sentencias del juez del Crimen y contra viento y marea, ganaron el pleito, según el fallo de la Corte Suprema en que no daba lugar a lo pedido por el Promotor fiscal, por prohibición de simulacros de corridas de toros.
Una vez inaugurada la plaza-circo Santiago por el Chiclanero, empezaron a construirse plazas y a venir toreros a Chile.
En Valparaíso la Municipalidad concedió permiso y fue tal el entusiasmo que rayó en delirio pues poco a poco se construyeron tres plazas; una en Puente Jaime, otra en las Delicias y la otra en Playa Ancha.
Hay que confesar que esto era ya exagerado, porque en España, que es el país clásico de los toros, por lo general no hay más que una en cada capital o ciudad, porque donde hay dos ordinariamente no funciona más que una y… en verano.
En Chile se daba el caso de no saber si un torero era de verano o de invierno, porque toreaban todo el año.
Volviendo a Valparaíso, la misma Municipalidad que dio permiso para torear, prohibió las corridas de toros.
Cuando concedió permiso había una ley; cuando las prohibió regía la misma.
Aunque el autor de la crónica dice que seguían construyéndose plazas en Concepción, Talca, Curicó, Los Ángeles, Victoria, La Serena, Antofagasta, Iquique, Lota, Traiguén, Temuco, Valdivia, Lautaro y Viña del Mar, lo considera exagerado y lo que sí sabemos por ejemplo, que en Victoria en esos años se construyó un club hípico. En todo caso, lo más curioso es que había tres empresarios que andaban por estos pueblos, con una plaza portátil cada uno, transportada en ferrocarril y allí donde llegaban la armaban y la desarmaban, dando corridas, cuyos dueños eran el torero Calderón, el señor Anofello y el prestidigitador Marini.
De resultas de las corridas o simulacros de toros no murio ningún torero, porque los toros que se lidiaban era destoconados; hubo varetazos, magulladuras y trompicones que lastimaron a alguno, pero ninguno de gravedad.
El solo anuncio de que la municipalidad de Viña del Mar había autorizado para que se efectuaran simulacros de lidias taurinas, fue recibido, en general con muestras de profundo agrado: y es que nuestro pueblo tenía en sus venas sangrecilla torera, como que de la tierra de los toreros, majos y chulos arranca su origen.
Crónicas taurinas, relatos de una época
¡A los toros! No había más que decir: había llegado el deseado momento de asistir a un espectáculo que, aunque de ficiticia moralidad, servía de centro de reunión y por consiguiente de puerta de seguridad contra el alcoholismo.
¡Lastima grande que la cuadrilla debutante no estuviera en armonía siquiera sea con lo más rudimentario del arte!.
A Martinito lo hemos visto trabajar con más o menos suerte como banderillero en años anteriores, pero de ahí a que se presente hoy como primer espada… hay un poquillo de distancia; en cuanto a Gavira, el otro maestro, no es ni con mucho, el llamado a inaugurar una plaza de toros.
Agréguese a esto que el ganado se mostro demasiado flojo, remolón y aquerenciado: no parece sino que algunos pensaban en la dehesa y en el pienso y no en irse al bulto.
El segundo y cuarto toro, locos ambos, corniabiertos y de muchos pies, se prestaron sin embargo para el salto de la garrocha que ejecutó Gavira con buena suerte.
Los demás dieron mucho que hacer y no obececían al trapo; la muerte fue simulada casi siempre a paso de banderillas, porque era inutil citarlos y cuadrarlos.
Los rejoneros, en general, son buenos, principalmente Torerito y Carancha, antiguos conocidos del público.
La concurrencia fue tan numerosa que puede calcularse en dos mil personas; el servicio de trenes a la vuelta, infernal; más de quinientos de los asistentes hubieron de quedarse en Viña hasta la noche. (1)
Corridas de toros noviembre 1903
El domingo se efectuó en la plaza circo de Viña del Mar el estreno de la cuadrilla organizada por el primer espada José Redondo (A) Chiclanero, antiguo conocido del público porteño.
Asistió una numerosa concurrencia, compuesta especialmente de miembros de la colonia española, deseosa de presenciar el simulacro de corrida.
La cuadrilla estuvo compuesta de personas sobradamente conocidas, ya que casi todas se habían presentado en las diversas plazas del puerto.
Pedro Soler, Gavira, Cuatro Dedos, fueron en otros tiempos los favoritos del público quien les prodigaba los más calurosos aplausos, cuanto sabían portarse como gente de sangre torera.
Como a las tres de la tarde se dió principio a la corrida con un jabonero cornialto despuntado.
Aunque de buena lámina el animalejo se mostró demasiado loco y no obedeció al trapo con el cual lo obligaba Chiclanero. A pedido del público hubo de sacársele del redondel y reemplazarlo por un negro mulato y de malas pulgas.
Chiclanero jugó con este segundo algunas verónicas que le valieron el aplauso del público.
Paco Soler efectuó el salto de la garrocha con toda felicidad y Torerito le colocó las banderillas con verdadero arte.
El chico se enamoró tanto del mulato que regaló al público con un par de rejones al quiebro esplendidos.
Los otros unos becerros colorados, se prestaron más o menos para la faena y dejaron a los diestros trabajar con entusiasmo, aunque no sin riesgo, porque hubo animales que se iban directamente al bulto haciendo caso omiso del trapo.
Gavira Chico y Paco Soler señalaron la muerte de dos bichos y se portaron cumplidamente. Paco, especialmente, el verdadero saltador en la garrocha, se mostró valiente: con la capa toreó ceñido y con los trastos dominó en tal grado al animal que se conquistó el triunfo.
Chiclanero señaló la muerte de los demás como sabía hacerlo: aunque modesto y sencillo, tenía sangre torera y empuje sobradamente.
El último toro, un colorado de muchos pies, entero, corniabierto, dio fuego y puso en jaque a la cuadrilla.
Chiclanero le dio capa y el bicho se portó admirablemente. Cuando Cuatro Dedos lo castigó con un buen par al sesgo, el animal entró en calor y parece que protestó hacer una barbaridad.
En efecto al segundo par al cuarteo, Cuatro Dedos fue cogido y paseado hasta el próximo burladero, en donde pudo esconderse afortunadamente.
Después, al tiempo de la muerte, Chiclanero no pudo cuadrar al animal ni citarlo porque este se hallaba furioso.
Se tiró a matar aprovechando, pero el toro se lo aprovechó a él: lo cogió por salva sea la parte y le arrojó lejos los trastos y, si no es por los peones, el maestro no torea ni en dos meses.
Afortunadamente todo no pasó de una simple muestra de cariño animal y Chiclanero, sereno ya y con los trastos que recogiera semi-avergonzado, pudo citar al entero y señalarle la muerte en mitad de la cruz.
El público se retiró entusiasmado y elogiando el buen tino de Chiclanero para elegir cuadrilla y presentar animales que puedan servir para la faena. (2)
La última corrida de toros
Concurrencia Numerosa fue la que asisitió el domingo último a la corrida anunciada en la plaza-circo de Viña del Mar.
Se trataba del estreno de dos diestros: Manolo, reputado matador y Tirití, banderillero de Mazzantini y esta novedad, naturalmente despertó grande entusiasmo entre los aficionados al arte tauromáquico.
A las cuatro y cuarto de la tarde, en medio de protestas del público por la tardanza en dar comienzo al espectáculo, apareció la cuadrilla en la que figuraban como maestros Manolo y Paco soler.
Los lidiadores fueron recibidos con prolongados aplausos y votos por el éxito de la corrida.
Minutos después se abrió la puerta del toril y apareció Golondrina, bonito becerro en negro, de muchos pies y de agujas finas.
Al principio se mostró blando y escurridizo hasta el extremo de tomar billete de ferrocarril por el redondel, pero Manolo lo paró con la capa y lo obligó.
El maestro se portó bien y desde el principio mereció la aceptación general: torea ceñido y con valentía. Las banderillas fueron colocadas mal y la muerte, señalada a volapies, bien señalada. El segundo y tercero, Sallarín y Ajiaco, borrendo en negro aquel y en colorado éste, cumplieron bien.
Sallarín se prestó por sus muchos pies para la garrocha y de ella quiso aprovechar Tiriti, pero el diestro parece que tiritó y al saltar cayó Tiriti, tiritando, al suelo.
Saltarín si que lo saltó entonces y huyo avergonzado a entablerarse hasta que Paco lo citó y cuadró para la muerte.
Los demás fueron unos infelices becerros sin gusto a nada más que no fuera a vivir tranquilos. Tan pronto salían del redondel se asustaban y tomaban boleto en tren rápido sin que hubiera capas que los pudieran detener.
Con este motivo se armó una barahunda infernal en el público y para contentarlo no hubo más remedio que obsequiarlo con un buey embolado.
Varios aficionados, especialmente empleados del matadero y niños, jugaron con el infeliz becerro hasta dejarlo casi exánime.
Muchos rodaron por el suelo a las embestidas del animal, pero cada caida y golpe eran celebrados como lo mejor de la corrida.
Chiclanero que tiene sangre torera en sus venas, que conoce el gusto del público, no debió presentarle animales tan mansos e inútiles. Así por más que los diestros quieran lucirse no pueden porque tropiezan con la blandura de las reses.
Esas fueron algunas de las últimas corridas en el puerto, ya que con el tiempo fue decayendo la asistencia del público, lo que alejó para siempre este tipo de espectáculos similares a los de la vieja España. En los rodeos actualmente suele verse la intervención de toros, pero dedicados para la monta de jinetes, generalmente jovencitos que quieren lograr algo de fama demostrando sus habilidades en la amansa del animal.
Fuentes:
Revista Sucesos 14 de marzo de 1903 Pg. 13.
Revista Sucesos 5 de septiembre de 1903 SUCESOS pg 13
Revista Sucesos 4 diciembre 1903 pg 13
Anguita y Quesney, Leyes Promulgadas en Chile, desde 1810 hasta 1901 inclusive, Imprenta Nacional, Santiago, Chile, 1902.