Una prolongación de la fiestas religiosas de la Candelaria en Chanco tiene lugar al día siguiente, 3 de febrero. Al final de la tarde, la Imagen Peregrina de la Candelaria sale de la iglesia de Chanco junto a una caravana de fieles rumbo a Mariscadero, a 10 km. de distancia, donde será recibida por las familias que habitan esta caleta de pescadores.
Todos ellos, con velas y farolitos en sus manos, conducirán la imagen en procesión a través de sus cortas calles junto al mar, recitando oraciones marianas y entonando himnos de alabanza. El trayecto hace algunas pausas que coinciden con los cinco misterios del rosario. Finalmente la imagen llega a la capilla del lugar, siendo homenajeada en la entrada y luego despedida, pues la Virgen Peregrina pasará la noche en el interior del recinto sagrado.
Cada celebración religiosa a lo largo del país recurre al lenguaje de los símbolos para representar el encuentro del hombre, desde su existencia cotidiana, con el Misterio trascendental de Dios y de cuanto se halla ligado a Él. La llegada de la Peregrina desde Chanco, anunciada con entusiasmo por los vecinos que vigilaban la carretera, da pie a la expectación pero también, poco a poco, a un clima de oración y recogimiento, en donde un sosiego íntimo toma cuenta de los participantes. Una perceptible comunión con realidades superiores —algo como una “mística popular”, si pudiera decirse así— se vuelve notoria en aquellos momentos, dando sentido a los actos exteriores de la procesión.
La caleta de pescadores se vuelca en sus calles. Llevan faroles y velas, caminan tras la Madre de Dios. Pareciera una procesión rumbo al horizonte, donde comienza el Cielo. Mal imaginaban aquellos devotos que las fuerzas espirituales reunidas ese día habían de serles tan cruciales poco después, la madrugada del 27 de febrero, cuando la tierra y el mar desataron su furia y golpearon ferozmente la región.
Estas pruebas ya son parte de nuestra historia como nación. Sabemos que cuando los logros materiales caen abatidos por la desgracia, será el tesón de nuestro espíritu el que se impondrá a los acontecimientos, recuperando lo perdido. Sabemos también que ese tesón se nutre de momentos como aquella procesión de la Candelaria, momentos de espiritualidad genuina y profunda, en los cuales la venerada Madre del Crucificado llega no a negar la posibilidad del dolor, sino a darle sentido y a infundir fuerzas para sobrellevarlo y por fin emerger de él.