Sociedad Orgánica, Originalidad y Tradiciones versus Estatismo Intervencionista

En la breve y sintética definición de «Quienes Somos», en la página de inicio este sitio web, se hace alusión a las perspectivas de vigencia actual de los principios de una sociedad orgánica de inspiración cristiana, desarrolladas por el pensador católico brasileño de fama internacional, Plinio Corrêa de Oliveira. Tuve la honra y la felicidad de formar mi espíritu, como uno de sus discípulos, en su inolvidable Escuela de Vida, Pensamiento y de Acción; fascinante oasis de espiritualidad y cultura en la pujante megalópolis industrial que es Sao Paulo. Fue una convivencia y colaboración estrechas de 25 años —desde 1970 hasta su fallecimiento en 1995—. Período extraordinariamente sereno, intenso y fecundo que recuerdo con profunda añoranza y gratitud.

aldea de Miltenberg
Encantadora aldea de Miltenberg en la Baja Franconia, Baviera. Alemania. El mundo germánico con su multiplicidad de antiguos principados fue tal vez por excelencia la expresión de la sociedad orgánica en el pasado.

En una visión muy esquemática, con todas las limitaciones y simplificaciones propias de los exposiciones sumarias, paso en el momento a indicar a que nos referimos cuando — inspirados en las enseñanzas plinianas — hablamos en Identidad y Futuro  de una sociedad orgánica. Enseguida contextualizo, brevemente, los ecos restantes de esta noción en tensión con ciertos aspectos de la evolución histórica de la modernidad y de la pos-modernidad. Finalmente, lo que me parecen ser algunos puntos básicos para la preservación y el estímulo posibles de estos restos de organicidad social en la actualidad.

Quien visite el portal Identidad y Futuro encontrará, en todo caso, el universo de principios sobre la sociedad orgánica implícita o explícitamente presente —de un mudo u otro— como un prisma de fondo para la observación de la realidad; el cual trasparece en  los muy variados textos o «entradas» de sus colaboradores, sean estos históricos, informativos, comentarios, entrevistas, reportajes, galerías fotográficas, etc.

Comparación de la sociedad con el Cuerpo Humano

Una sociedad humana no es una mera suma de individuos, así como un cuerpo humano no es un mero aglomerado de células. Este último, tiene órganos básicos cuya sanidad asegura a las células y a todo el cuerpo la preservación, circulación y desarrollo de su propia vida.

a) Así también la sociedad no nace y se desarrolla a partir de individuos aislados, sino de la familia; sociedad natural nacida de la unión matrimonial entre hombre y mujer, que constituye su primer órgano natural, su órgano básico. La sanidad de la familia es el ámbito específico y adecuado para la reproducción y crecimiento de la vida humana en sociedad. De allí la necesidad de preservar la estabilidad de la familia, su autonomía, sus derechos y libertades, su originalidad y el desarrollo de sus potencialidades, su continuidad y sus tradiciones; su dignidad y decoro. En su seno nacen, se ambientan, crecen, se educan y viven personas humanas libres con destino trascendente.

b) Del desarrollo más o menos feliz de las originalidades y potencialidades cultivadas en las familias —y de su interacción con otros grupos sociales, en un territorio y una historia comunes— surge normalmente, sin planeamientos artificiales previos, el carácter de un pueblo y las expresiones de una cultura viva y cotidiana, con todas sus legítimas diversidades. Hay toda una riqueza vital presente en las notas propias y específicas que van aportando familias, grupos étnico-culturales y regiones y en los tipos humanos y las costumbres que generan. En las expresiones de ese conjunto orgánico se hace patente el ser de una nación, con sus posibilidades y sus carencias, sus luces y sombras. Allí se van definiendo los trazos emblemáticos — muchas veces sutiles — de su identidad.

c) La sociedad no se construye —ni se comprende— desde afuera, como si fuese una especie de gran máquina colectiva que unos comités de sabios o burócratas ilustrados proyectan y montan artificialmente pieza a pieza, engranaje por engranaje, para su “mejor” rendimiento…ni sus miembros son asimilables al frío y abstracto anonimato de los números. La sociedad humana no se planifica; ella nace y crece con la organicidad y libertad propias de la vida, en el marco  de sus leyes naturales intrínsecas; debiendo su desarrollo ser regulado, en el ámbito positivo, por costumbres y leyes civiles justas.

d) La sociedad es así una realidad viva y compleja, anterior ontológica y cronológicamente al Estado. Ella genera todo un rico y delicado tejido de relaciones humanas naturales. cuya sanidad y armonía cabe al Estado estimular y resguardar, coordinando su normal desarrollo en busca del Bien Común. Pero el Estado no puede intervenir ese tejido social arbitrariamente, a su antojo.

El deterioro de la organicidad social en la modernidad —papel de la utopía racionalista.

e) Tales principios básicos y sus proyecciones concretas en el rico tejido de cuerpos intermediarios que generó —familiares, culturales, gremiales, regionales etc.— fueron siendo negados o depauperados de diversas maneras y en diferentes grados, a lo largo de la evolución de la historia moderna de Occidente, bajo el impulso de la gran utopía iluminista que postulaba el triunfo universal de una Razón autónoma y secularizada. El iluminismo racionalista despreciaba, como particularismos obsoletos, todas las instancias y diversidades orgánicas de la sociedad, el entramado de sus derechos consuetudinarios y sus ricas tradiciones. El triunfo uniformador de la Razón sobre lo que era considerado rémoras del pasado, prometía abrir paso a una era de progreso constante e indefinido, en cuyo horizonte final se daría la redención de la humanidad —de todos sus males y sufrimientos, inclusive de la muerte— por la Ciencia y la Técnica

f) A medida que se adelgazaban, perdían influencia o desaparecían dichas instancias naturales intermediarias, crecía el poder y el rol del Estado. La sociedad civil se fue volviendo cada vez más anorgánica, quedando una enorme masa de individuos — la mayoría sumergidos en el anonimato de las megalópolis modernas — aislados e inermes frente a las grandes y distantes estructuras de un poder estatal cada vez más poderoso.

El auge del racionalismo utópico: los laboratorios sociales de totalitarismos del siglo XX

g) En el extremo del utopismo racionalista asomaron, finalmente, como consecuencia última, los totalitarismos de distinto signo, los cuales —intermediando el estallido de dos sangrientas Guerras Mundiales— devastaron el siglo XX. Pretendieron ellos «recrear» el hombre y la sociedad por la fuerza, sacrificando en el altar de sus dogmas y quimeras colectivistas, la Fe, las libertades, la dignidad y la vida de millones de seres humanos; persiguiendo creencias, aplastando antiguas culturas y oprimiendo innumerables pueblos y naciones. El dramático y estruendoso fracaso de estos auténticos e inhumanos laboratorios de experimentación social es bien conocido, aunque muy poco comentado

La organicidad ante el gigantismo supra-nacional y la globalización actuales

A los gérmenes todavía bien latentes de estas utopías revolucionarias que llenaron de dolor y de ruinas el siglo XX, se suman hoy otras cuestiones claves. El tema de la preservación de lo natural, lo orgánico y lo propio, siempre muy importante, adquiere así nuevos ribetes.

El mundo tecnológico de nuestros días —híper-comunicado y globalizado, donde se agigantan poderes económicos y estructuras político-administrativas supranacionales— si bien ofrece beneficios y posibilidades de progresos materiales sin precedentes, presenta renovados desafíos para la conservación y expresión del ser característico de los diferentes pueblos y naciones, sus principios, valores y costumbres; para el resguardo de la riqueza inapreciable de las diversidades étnico-culturales, tanto como para la preservación de su medio ambiente y el consiguiente uso sostenible de sus recursos naturales.

Preservación de lo que resta de natural orgánico en la sociedad de hoy y de la identidad de familias, regiones, pueblos y naciones

En el orden concreto de los hechos, lo anterior coloca en el tapete de la actualidad, la atención que debemos prestar a:

h) La preservación de la memoria histórica de la respectiva patria y de sus diversas regiones y componentes étnicos, sea en los monumentos o vestigios arquitectónicos mayores o menores del pasado; sea en el recuerdo de los ambientes y estilos de cada época, las leyendas, la transmisión oral y las diversas expresiones de su patrimonio cultural intangible.

i) El amor y cuidado al terruño y a los paisajes más característicos, a la flora, fauna y todos los recursos naturales que aporta un territorio transformado en hábitat entrañable con el cual un pueblo interactúa; debiendo ser legado, sostenible, a las generaciones futuras.

j) El apoyo y acogida a la vigencia contemporánea de las más representativas y venerables tradiciones; a las fiestas religiosas, costumbristas o cívicas llenas de simbolismo, de vida y color locales; con sus respectivas costumbres y ritos, los matices de sus cánticos y danzas, las culinarias y la artesanías típicas en cada región. En ellas se expresan tanto el amor al propio ser, al prójimo y a la vida, como la gratitud amorosa y reverente para con Dios, su Creador; en definitiva, lo que se podría llamar el alma nacional en su riqueza, diversidad de matices y profundidad.

k) La protección y apoyo a la familia, a su estabilidad, a la libre profesión de su fe; a la manutención de sus valores, sus costumbres y su sostén patrimonial digno, como órgano natural primero del cuerpo social que debe ser promovido y prestigiado. Ámbito específico, en fin, donde nace, crece y se forma, la persona humana libre y se asienta una sociedad con vida propia, con originalidad creativa, autonomías y libertades. En definitiva, primer factor social de civilización y su último bastión en momentos de crisis.

f) La preservación de los tiempos libres y los espacios individuales, familiares y públicos que un desarrollo económico sostenible debe permitir —o abrir— en vistas a promover no sólo el bienestar material, sino la felicidad de situación psicológica, cultural y espiritual de personas, familias, comunidades y regiones —de todos los ambientes y condiciones— en un país amigable y justo.