El Catolicismo Popular: Reconocimiento Actual de la Iglesia

Catolicismo popular: Vigorosa Realidad, Antigua y Nueva, que Apunta al Futuro

En las páginas de este sitio encuentran un merecido lugar de destaque las coloridas y variadas fiestas religiosas populares de Chile: Carmelita de la Tirana, Virgen de las Peñas, Nuestra Señora de Guadalupe de Ayquina, Virgen del Rosario de Andacollo, Niño Dios de Sotaquí, Inmaculada de Lo Vázquez, San Sebastián de Yumbel, Candelaria de Copiapó, Chanco y Maullín o el Nazareno de Caguach y tantos otros. Sin dejar de mencionar los miles de jinetes huasos del Cuasimodo de norte a sur de Chile. Menos multitudinarios pero igualmente en ascenso, los Encuentros regionales o nacionales y  las antiguas Vigilias familiares del Canto a lo Divino al son del guitarrón chileno provenientes de una tradición oral cuatricentenaria de poetas campesinos derivada del antiguo romancero hispano medieval y  fomentada por evangelizadores jesuitas de la primera época. (1)

cuasimodo de recoleta, El Catolicismo Popular: Reconocimiento Actual de la Iglesia foto de Tito Alarcon
Cardenal Errázuriz, llevando el Santísimo Sacramento al comenzar el Cuasimodo de la comuna de Recoleta

Tales manifestaciones han crecido en su fe, en su piedad y en su fervor. Pero también,  en  capacidad expresiva y en fuerza simbólica. El pueblo católico las  elaboró con el tiempo no en el afán inseguro de quien busca novedades, sino  profundizando y perfeccionando,  con certeza y sencillez, sus propias tradiciones e identidad.  Ahí justamente reside uno de sus más poderosos atractivos.

Hay en todo ello la admirable preservación y la continuidad de una fe y — hoy podemos afirmarlo — de una verdadera espiritualidad. Fe y espiritualidad que, atravesando centurias, se presentan al siglo XXI revestidas de la rica originalidad de todo un antiguo y sabio  universo psicológico y cultural que  no solo no fue abandonado, sino se depuró y perfeccionó.  

Sus protagonistas muestran una conmovedora y sana fidelidad a sus tradiciones que hoy alcanza un despliegue de colorido local, de arte popular, alegría y belleza, bendecido por el Espíritu Santo y capaz de reunir y conmover a multitudes alrededor de la Fe. Rica y maravillosa muestra de fecundidad de la inspiración sobrenatural actuando sobre la organicidad social, cuando se ha respetado, o al menos tolerado, su desarrollo libre y creativo…

Como lo aludimos en una serie de artículos sobre el sorprendente renacer de las tradiciones en Chile, estamos, en realidad, ante un auténtico y vigoroso Catolicismo popular, que ha sido reconocido  por los Papas recientes como un verdadero “tesoro de la Iglesia”. En él se resguardan las mejores y más auténticas reservas de la identidad chilena; generoso fruto — en nuestros días — de aquel venerable y fértil humus de la antigua cristiandad mestiza de raíz agraria, que nos vio nacer  un día ya lejano en estas tierras como un nuevo pueblo el cual, en su momento, se transformaría en la nación chilena, con toda la riqueza de sus componentes étnico-culturales.

Realidad, antigua y nueva, cuya continuidad y vigor apuntan hacia el futuro. Es por eso mismo, que talvez hoy atrae una creciente atención entre la intelectualidad católica — eclesiástica o civil — y entre el público de las grandes ciudades.

Pero tal acogida no fue siempre así. Las ricas expresiones de fe y piedad de este Catolicismo popular, fueron durante mucho tiempo menospreciadas por los filtros intelectuales o ideológicos de ciertas élites modernas e inclusive de sectores eclesiásticos.

Un gran obstáculo: el horizonte cultural del s. XX marcado por el racionalismo y sus secuelas

Contextualicemos históricamente este menosprecio. Es importante hacerlo.

Gran entrada a la exposición universal de parís de 1900
Gran Entrada a la Exposición Universal de París de !900, consagración del progreso tecnológico de la época . cc Detroit Publishing Company – Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos

El paso del s. XIX al s. XX en Occidente fue marcado por el predominio cultural del racionalismo positivista y su desdén por el misterio, la religión, la vida sobrenatural y, en general, los aspectos espirituales de la existencia:  más sutiles e impalpables, no cuantificables por el raciocinio matemático ni verificables por el pensamiento científico. Tanto más que el racionalismo se apoyaba en el prestigio deslumbrante de los grandes avances, muy palpables, de las Ciencias experimentales y del ya considerable desarrollo tecnológico. La Cultura Occidental fue así unilateralmente condicionada por la criteriología racionalista.

Tal predominio no se limitaba al ámbito académico. Alcanzó también, en formas diversas, a los grandes movimientos ideológicos tanto los de corte liberal capitalista como los socialistas.

En el extremo de esa apoteosis de la razón autónoma, soberbia y excluyente, se propiciaba finalmente la “redención” del hombre por el hombre. Allí hay que situar las teorías colectivistas y revolucionarias, sean éstas de cuño racista o comunista, que tendrían gran impacto social en el siglo XX. Los delirios de las primeras se derrumbaron en los dramas sangrientos de la Segunda Guerra Mundial. Las quimeras de las segundas, continuaron su expansión no, por cierto, mediante la persuasión racional de los pueblos, sino generalmente a través del recurso al fraude, los golpes revolucionarios y la  violencia de un Estado Moloch y policialesco de inspiración estalinista: el llamado socialismo real.

Tal fue el modelo concreto de la  gigantesca construcción colectivista, montada en nombre de una razón «finalmente liberada» del «oscurantismo»…avalada por la “superioridad” o “autoridad” de sus “dogmas” materialistas que incluían el “descubrimiento” de “leyes” inexorables de la Historia. Esta marcharía, irreversible, rumbo al paraíso anárquico final que — llegando un día a superar al propio Estado — haría real la utopía de  una coexistencia entre la más total libertad con la más radical y absoluta igualdad

La penetración del racionalismo (inclusive en sus vertientes más extremistas) en ciertos medios religiosos

A medida que la ola del prestigio racionalista crecía, no es extraño que su influencia secularizante — inclusive en su versión extrema materialista y atea – acabase por penetrar a fondo el pensamiento de cierta intelectualidad occidental que posaba de más moderna y de avanzada.

No escaparían a ello algunas élites católicas y cristianas en general. Sabido es que el método de análisis marxista –con sus pretensiones científicas y su llamada “praxis” radicalmente igualitaria y promotora de la lucha de clases– llegó a adquirir predominio inclusive en revistas católicas especializadas, en las perspectivas pastorales de más de una diócesis, especialmente en América Latina y, sobretodo, en medio de la corriente conocida como Teología de la Liberación. Esta última fue  presentada, en su momento, como una forma de enfrentar los abusos del llamado capitalismo salvaje.

Algunos teólogos de la liberación latinoamericanos llegaron a sostener que los apóstoles habrían escrito los evangelios y las epístolas bajo la influencia hegemónica y condicionante del Imperio romano. En razón de ello, para llegar desde nuestro tiempo a la autenticidad del pensamiento de Cristo sería necesario vivir hoy la praxis marxista porque ahí se «descubriría» su mensaje radicalmente igualitario y se podría re-interpretar con acierto el Nuevo Testamento…

La penetración de la utopía racionalista de inspiración marxista en ciertos medios católicos del continente, se transformó así en uno de los más graves factores de las crisis ideológico-políticas que lo agitaron en las décadas 60 y 70 del pasado siglo; causando divisiones profundas y de dramáticas consecuencias en la Iglesia  y en la sociedad civil de una región mayoritariamente católica.

Hasta hoy esta es una realidad poco ventilada, o casi siempre silenciada, cuando se analiza el doloroso quiebre de los sistemas democráticos en la época y sus consecuencias.

No me detengo ahora en ese aspecto: está abundantemente documentado y no sería difícil traerlo a la memoria pública. Pero finalmente, las vertientes de la Teología de la Liberación que asumieron el marxismo como instrumento de análisis fueron condenadas durante el pontificado de San Juan Pablo II, en un célebre documento firmado por el entonces Cardenal Joseph Ratzinger como Prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe. (2)

El desdén del racionalismo y la Teología de la Liberación por el Catolicismo Popular

Lo que hace aquí al caso es notar que, en el contexto de esos años, se miró muchas veces con desprecio las manifestaciones de fe y piedad populares que se consideraban como una vaga religiosidad popular sincretista y sin contenido. Sí, con ese desdén que ciertos doctos adoptan cuando, ya desligados de lo vivo y lo real, juzgan los fenómenos religiosos y sociales desde lo “alto” de sus abstracciones — tan teóricas cuanto utópicas — forjadas en el ambiente restringido y auto-referente de sus laboratorios racionalistas.

Para quienes consideraban irreversible — y un progreso de la evolución humana– el triunfo del socialismo, según las supuestas leyes históricas descubiertas por  Marx, poco o nada podían valer las manifestaciones de fe y cultura conservadas con tanto amor y fervor durante centurias por gentes sencillas en toda nuestra América Latina. Las veían, además, como un freno oscurantista y “alienado” – se decía entonces — ante la marcha “superior” de una Revolución colectivista e igualitaria que ofrecía un paraíso secular en esta tierra, cuya realización esos pueblos “atrasados” e “incultos” persistían obstinadamente en no querer…

Las valiosas expresiones de esa piedad y de esa Fe populares, profundamente embebidas de la tradición cultural de nuestra tierra y, por lo tanto, íntimamente representativas de su identidad, permanecieron así despreciadas y abandonadas por ese stablishment cristiano-racionalista, entonces de moda.  Impregnado éste de una concepción naturalista y positivista, del mismo modo que desdeñaba toda forma de conocimiento que no fuera experimental o científico, en el fondo ignoraba también en la práctica el rol vivo y preponderante del Espíritu Santo y de lo sobrenatural en la vida de la Iglesia. Viví y analicé el impacto de todo ello muy a fondo desde mi juventud, tanto en Chile como en América Latina.

Pero los sueños de la razón orgullosa y autónoma produjeron monstruos…

Hoy, cuando el fracaso del utopismo racionalista se ha hecho patente tanto en el ámbito de la cultura, como en el de la vida económico-social de nuestra época, es posible apreciar todo el valor real y la sabiduría que se habían conservado y desarrollado admirablemente al abrigo de este Catolicismo Popular.

El mito del progreso indefinido ofrecido al mundo por una razón autónoma y endiosada que no reconoce límites éticos ni naturales, poco a poco mostró su otra faz. Y ésta se reveló  más que obscura.

En lugar de la paz y la redención del hombre por la Ciencia y el progreso, la humanidad fue precipitada en las dos Guerras más sangrientas y devastadoras conocidas hasta ahora y de ámbito mundial. Mientras en aras de las utopías racionalistas y totalitarias a lo largo del siglo XX se sacrificó la identidad, la tradición cultural y hasta la integridad de antiguos pueblos y naciones de Europa y de diversas partes del mundo. Y muchas de las que no cayeron bajo su dominio totalitario, sufrieron graves conflictos internos. Se eliminó — por sistema — la libertad, la dignidad y la vida de millones de seres humanos: purgas, cárceles y campos de concentración y genocidios afectaron a zonas enteras de civilización. Terribles y auténticos laboratorios humanos de experimentación social, culminaron en el más dramático y estruendoso fracaso. Su ruina y miseria que serían consideradas por el entonces Cardenal Joseph Ratzinger como «vergüenza del siglo XX» (3), se harían enteramente visibles a los ojos de todo el mundo hacia finales del pasado siglo.

El mundo había finalmente constado con espanto que, como en el célebre cuadro de Goya, los sueños de la razón orgullosa y autónoma, habían producido monstruos…

Afirmación y crecimiento de la Fe y la piedad populares

Resilencia, se diría hoy: en medio todo ese drama histórico que atravesó de punta a punta el siglo XX, el Catolicismo Popular no solo sobrevivió, sino que se afirmó y creció en expresión y contenido.

Paradójicamente, fue tal vez ese mismo menosprecio y olvido a que lo relegó el racionalismo “ilustrado” el que preservó en parte la savia original, el vigor y la riqueza expresiva de aquello que era en realidad una Fe y una piedad popular auténticas. Sí, ya lo sé y lo acepto: había también que corregir, “encauzar y purificar” ese río del Catolicismo Popular…Pero ¡cuantas veces tal conveniencia real se usó como mero pretexto para tratar de detener ese persistente caudal de fe y piedad y, si fuese posible, hacerlo desaparecer lentamente en el desierto del secularismo moderno!

Mientras tanto estos sectores populares  y su rico universo cultural, ninguneados por los doctos racionalistas los ignoraron a su vez a ellos…Siguieron recorriendo tranquilos, con certeza y creatividad, la vía de sus queridas tradiciones, iluminadas por la Fe que le legaron sus ancestros. Continuaron a vivir y crecer en éste su Catolicismo Popular solidario y generoso, ajenos al desprecio del liberalismo iluminista, a las construcciones ideológicas del racionalismo de distinto signo, a las teorías del positivismo científico o a las indignaciones y burlas de la teología de la liberación influenciada por el marxismo. No les penetraban las modas intelectuales, les movía eso sí el soplo amoroso del Espíritu Santo, que las gentes sencillas — y su Fe sin dobleces — suele sentir y captar, intuitivamente, mejor que muchos doctos.

Un reconocimiento especial de la Iglesia: Desde Paulo VI y Juan Pablo II a Benedicto XVI y la Asamblea Episcopal de Aparecida

La Iglesia vino en determinado momento a su encuentro con sabiduría y tacto, con dedicación y ternura maternales. En realidad, no se trataba de unos espectáculos pintorescos de tipo religioso-folclórico. Menos aún, de una especie de sincretismo entre creencias cristianas y cultos ancestrales.

Los protagonistas de este Catolicismo popular se sentirían ofendidos si se los considerase de tal modo. Su forma de vivir la Fe, la piedad y el amor a Dios y al prójimo se revelaron auténticos. Se encontraban, eso sí — y esto es un valor — profundamente enraizadas en un inapreciable depósito de tradiciones y costumbres culturales orgánicas de pueblos sanos y sufridos. Tal identidad a la vez religiosa y cultural, otorgó inapreciable originalidad a su Fe firme y sencilla  en Dios, el Padre de Bondad, a su identificación con Cristo misericordioso y sufriente, a su confianza y amor entrañable a la Virgen y su cercanía con los Santos patronos. Son gentes que no se dejaron subyugar por el ateísmo práctico de nuestros días y para quienes el universo de lo sobrenatural y la Iglesia están en el fondo de sus corazones y significan mucho.

Si había aspectos que debían ser depurados o mejor armonizados con las normas de la Liturgia canónicamente establecida, la autenticidad y profundidad de la fe que allí latía pedía ser cuidadosamente preservada y estimulada.

fiesta-religiosa-de-la-tirana http://identidadyfuturo.cl El Catolicismo Popular: Reconocimiento Actual de la Iglesia foto de tito alarcon
Gran Diablada baila a la Virgen del Carmen en la Fiesta de La Tirana, Iquique.

Más aún, el modo sincero, profundo y perseverante de vivir esa Fe popular trae hoy a nuestras sociedades desorientadas una luz de esperanza, adquiriendo frente a ellas inclusive un rol evangelizador. Tiene en realidad mucho a enseñar a una civilización material, brillante y orgullosa de sus progresos tecno-científicos; pero plagada de abusos, injusticias y crecientes lacras morales. Civilización donde  ha tiempos se ha enfriado la caridad y se vive un crepúsculo de la fe y de la propia razón — ¡tan exaltada anteriormente! –, reemplazadas hoy por un egoísmo gozador y narcisista, cada vez más duro y sin escrúpulos; el cual no pocas veces partiendo del ateísmo práctico, redunda en una regresión hacia formas de credulidad o superstición ocultistas de tipo neo-paganas.

Ya Paulo VI, en su Exhortación Apostólica Evangelii Nuncianti, se había anticipado a señalar los valores de aquello que se conocía con el nombre de «religiosidad popular». No obstante de advertir la necesidad de –en ciertos casos– proceder a rectificaciones y a una mayor educación en la fe, señalaba:

«Cuando está bien orientada, sobre todo mediante una pedagogía de evangelización, contiene muchos valores. Refleja una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer. Hace capaz de generosidad y sacrificio hasta el heroísmo, cuando se trata de manifestar la fe. Comporta un hondo sentido de los atributos profundos de Dios: la paternidad, la providencia, la presencia amorosa y constante. Engendra actitudes interiores que raramente pueden observarse en el mismo grado en quienes no poseen esa religiosidad: paciencia, sentido de la cruz en la vida cotidiana, desapego, aceptación de los demás, devoción. Teniendo en cuenta esos aspectos, la llamamos gustosamente «piedad popular«, es decir, religión del pueblo, más bien que religiosidad.

«La caridad pastoral debe dictar, a cuantos el Señor ha colocado como jefes de las comunidades eclesiales, las normas de conducta con respecto a esta realidad, a la vez tan rica y tan amenazada.» (los destaques en negrita son míos) (4)

En el pontificado de  San Juan Pablo II,  la Congregación romana para el Culto Divino compiló el Directorio sobre la Piedad Popular que recoge oficialmente todo el valor de este Catolicismo del pueblo y los chilenos oímos de labios del santo pontífice su vibrante elogio como «verdadero tesoro de la Iglesia» durante su memorable visita a nuestra patria. (5)

A su vez, el Papa Benedicto XVI al inaugurar La Conferencia de Obispos de América Latina y el Caribe, en el santuario mariano de Aparecida en Brasil, destacó de un modo especial la “rica y profunda religiosidad popular” existente en la región. Mostró como, en tal religiosidad, “aparece el alma de los pueblos latinoamericanos”; declaró igualmente que la consideraba “el precioso tesoro de la Iglesia católica en América Latina” e invitó a los prelados allí reunidos a promoverla y a protegerla. (6)

Los obispos acogieron el llamado pontificio, discutieron extensamente el tema y, en el Documento final de la solemne Asamblea, le dieron amplia cabida, en una perspectiva en la cual es perceptible claramente la influencia del pensamiento del entonces Cardenal Arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, Pastor atento «con olor a oveja» quien desde hace mucho había discernido  el potencial evangelizador y en cierto modo profético de este Catolicismo popular. A él le correspondió presidir con gran acierto la Comisión redactora del documento de Aparecida. De ello trataremos en una otra oportunidad.

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(1) Versión religiosa únicamente existente en Chile, del canto popular a lo poeta o la paya presente en toda Latinoamérica.

(2) Cfr. Instrucción sobre algunos aspectos de la «Teología de la la Liberación «, 6/8/84.

(3) Doc. cit.

(4) Nº 48.

(5) Cfr. Sermón de Misa en Hipódromo Peñuelas, La Serena, domingo 5/IV/87.

(6) Cfr. Discurso en la inauguración de la Vª Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Aparecida, Brasil; domingo 13/V/2007.