¿Existe un relación modeladora entre el territorio de un país y la gente que allí vive? ¿De qué naturaleza es ella? ¿Hay una interacción profunda entre montañas, valles, ríos y mares; bosques, sabanas, estepas, secanos y desiertos, flora y fauna de un territorio determinado y las gentes que lo hicieron su hábitat, su terruño entrañable?
De haberla, la hay. No es negable.
Pero ¿Cómo es esa relación? ¿Cuál exactamente su índole? ¿Hasta dónde llega este recíproco efecto modelador entre los seres humanos y el entorno en que nacen, crecen, actúan, sienten y quieren, sueñan y se relacionan, viven y mueren? Bien lo dice el historiador chileno contemporáneo Hernán Godoy Urzúa : “la influencia del medio físico sobre el hombre y su cultura aparece tan evidente al sentido común, como difícil de establecer de modo científico.”[1]
Sobre el tema cabrían opiniones de especialistas de muy diversa índole, y colocados en los mas diferentes ángulos de visión. Pero también de simples conocedores, de aficionados o de cualquier observador sensible .
Claro, desde místicos a sicólogos, historiadores o artistas; desde antropólogos y arqueólogos hasta biólogos, zoólogos, botánicos, geólogos o actualizados ambientalistas. Pero igualmente — ¡y con que antigua sabiduría popular! — fogueados y modestos lugareños: baqueanos de campo, mar o montaña que, en largas jornadas de trabajo con un que de contemplativo, mantienen una solitaria interlocución con panoramas grandes y pequeños cuyos ricos mensajes se encuentran entretejidos con sus propias vidas.
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En un texto para un libro colectivo sobre “El Alma de Chile”, Agustín Edwards Eastman abordó el tema de la identidad nacional comenzando precisamente por las relaciones entre el ser de un país y su terruño, su flora y su fauna; perspectiva tan real y a la vez tan sutil, tan evidente pero difícil de definir y abarcar:
“Me atrevo a comenzar – escribió Agustín Edwards– por algo que podrá sorprender que mencione en primer lugar, pero que me ha atraído desde niño y que representa para mí uno de los primeros contactos con la Chilenidad: la flora de nuestro país. No es superior ni inferior a la de otros —cuya riqueza por supuesto admiro—, pero sí a muchos respectos diferente y apasionante para quien se acerca a ella con interés y cariño. Es la nuestra, es la propia y, por eso mismo, constituye una parte —a mi juicio— del “alma nacional” chilena. Más aún, esa flora tiene no poco de única, porque nuestro territorio se configura en buena medida como una especie de isla: desierto al norte, cordillera al este, los hielos polares al extremo sur, y el océano a todo lo largo del oeste. Y como desde el oeste soplan predominantemente los vientos, éstos y las corrientes marinas, a lo largo de milenios y milenios, plausiblemente fueron trayendo los gérmenes de no pocas especies que luego evolucionaron como propias de nuestra tierra. Así nuestros numerosos árboles de hoja ancha perenne, en el hemisferio norte son escasos o casi no existen”[2].
Los paisajes de Chile y sus singularidades, nos hablan profundamente.
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Ya el mismo Pedro de Valdivia en carta al Emperador Carlos V, del 4 de Septiembre de 1545, buscando ciertamente deshacer la mala impresión dejada por la frustrada expedición de Almagro, traza el panegírico de las bondades naturales del país: «esta tierra es tal, que para poder vivir en ella y perpetuarse no la hay mejor en el mundo (…) que parece la crió Dios a posta [adrede] para poderlo tener todo a la mano«…[3].
Llama la atención como resuena en el espíritu de los Conquistadores y los misioneros aquella primera mirada por donde descubren los paisajes característicos de esta larga y angosta tierra interminablemente extendida entre la imponente Cordillera y el mar del sur…No se trata de algo superficial ni pasajero. Es una impresión cautivadora y profunda. Ella quedó retratada en las descripciones entusiastas y muchas veces líricas de prácticamente todos nuestros primeros cronistas. La misma impresión que se evidencia en ellos se encuentra más tarde tanto en las notas de viaje de visitantes extranjeros, como en el canto de nuestros poetas y el pincel de ilustres paisajistas (Ver Antonio Smith).
Comentado esta innegable continuidad de vistas, el historiador Hernán Godoy discierne allí una misma «emoción primordial de la evocación patria» que se aprecia, por ejemplo, en autores tan separados en el tiempo como un Alonso Ovalle, al inicio de su Histórica Relación del Reino de Chile y una Gabriela Mistral, en su Breve Descripción de Chile, ambos idénticamente encantados con el paisaje, los accidentes geográficos y su imponderable efecto sobre los habitantes[4].
He ahí una constante que merecería una atención más cuidadosa. Un tema que pide ser profundizado, encerrando una realidad sutil, difícil de circunscribir, pero que ha despertado hondas resonancias en chilenos de todos los tiempos. Algo parece hablarnos entrañablemente como pueblo en esta variedad de bellezas que el Creador quizo distribuir en este Finis Terrae; como solían referirse a Chile los antiguos cronistas para aludir a su singular ubicación geográfica en los confines del mundo…
Ahora bien, el mismo tema reaparece, en estas últimas décadas, en sectores considerables de chilenos quienes, parecen estar experimentando una especie de re-descubriendo del propio país. Se han multiplicado las más variadas rutas de excursión y aventura o los destinos de esparcimiento y turismo interno. Se constata hoy una tendencia que nos lleva a reconocer y habitar de un modo nuevo, casi diríamos poéticamente, las bellezas de nuestra tierra.
Realmente, al margen de los desvíos y tensiones que hoy agitan peligrosamente nuestra vida pública, una mirada atenta puede notar que se gesta, en tales sectores, la maduración de un Chile nuevo, en el cual bulle el empeño por un trabajo tesonero, libre y creativo que apunte a desarrollar con esperanza y originalidad nuestras posibilidades hacia el futuro. En este Chile que anhela – o exige– que lo dejen progresar, crecer y participar, dejando atrás odios y revanchismos, se ha ido produciendo un despertar hacia ese potencial de bien, de verdad y de belleza que la Divina Providencia tuvo el designio de reunir en el territorio que nos destinó como patria y que tanto encantó, en su momento, a los remotos fundadores y constructores del Chile naciente.
Sumémonos a esta tendencia actual de avance hacia el porvenir en armonía con la Tradición, desde el amor agradecido a lo nuestro. Descubramos o re-descubramos con gratitud y cariño ese potencial con que el Creador dotó a nuestro territorio, hagamos un entretenimiento y cultivo de nuestro espíritu y el de nuestras familias en conocerlo más de cerca. Habitemos con sensibilidad y reverencia sus variados ambientes y paisajes y preservémoslos para transmitirlos adecuadamente a las generaciones futuras.
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[1] El Carácter chileno, Ed Universitaria, Santiago 1976, p.59.
[2] El Alma de Chile, Novum Editorial, Santiago 2011-20 Ensayos para la Historia, pp. 54 y siguientes.
[3 Cartas de Pedro de Valdivia – Fuentes para el estudio de la Historia …www.historia.uchile.cl/.