¿Qué entendíamos antiguamente por un barrio? Más que la unidad de carácter distrital, un sector de una ciudad o pueblo dotado de una identidad propia, manifestada en determinadas formas urbanísticas y cuyos habitantes poseen un común sentido de pertenencia no sólo nacido de la proximidad vecinal sino de toda una pequeña historia local. En el barrio se podía percibir la expresión psicológica, cultural y moral de una realidad territorial y urbanística.
El paisaje urbano de un barrio incluía, desde luego una Iglesia parroquial, a veces un colegio o un convento y algunos grandes solares o mansiones; en todo caso, los habituales lugares de encuentro, sus farmacias, panaderías y cafés de esquina. En fin, sus calles, plazas y pasajes con fisonomía propia, recorridas, en ciertos días y a ciertas horas, por personajes típicos como el organillero, el afilador de cuchillos, el comprador de botellas, el vendedor de leche en su coche característico, el de volantines y tantos otros.
Todo ello vinculado por un tejido de relaciones sociales vivas, a la vez amistosas y funcionales, surgidas orgánicamente entre gentes de muy diversas condiciones, profesiones y oficios, entrelazados por afectos solidarios, a modo de familia ampliada, que se transmitían muchas veces de la generación de los abuelos a la de los padres y de éstos a la de los hijos.
La tendencia a la concentración urbana fue transformando poco a poco esta antigua realidad, en algunas zonas más rápidamente que en otras, por intervenciones urbanísticas como conjuntos de casas o la propagación de los primeros bloques de departamentos; mientras en los centros históricos de las grandes ciudades, algunos cascos de antiguas casonas solariegas se habían transmutado en cités o terminado en conventillos. Más tarde las ciudades asumieron su aspecto actual, manteniéndose en alguna medida intocados ciertos vecindarios populares o de nivel medio. En otros casos permanecieron incrustados en determinadas comunas, parte de los trazados urbanísticos o apenas las huellas arquitectónicas de florecientes barrios de otrora.
En un cierto momento nos hemos sentido saturados con la uniformización y el frío desarraigo de la sociedad contemporánea y hemos experimentado una necesidad de reencontrarnos con estos pedazos de nuestro ser como nación, de sondar en ellos desde el presente, sus riquezas inexploradas o poco percibidas. Hoy existe una propensión a revalorizar la identidad de aquellos vecindarios –en realidad, una verdadera urgencia– que sobreviven de algún modo y rescatar, para fijar como hermosa presencia extra-temporal del pasado, los vestigios mayores o menores de los otros, en bien de la memoria histórica de nuestros pueblos y ciudades.
Por ello se ha regulado en la ley n° 17.288 de monumentos nacionales la designación de las zonas típicas o pintorescas, cuyo carácter de tales debe ser protegido y conservado como de interés público. Hasta el año 2010 se han establecido en Chile 104 zonas típicas protegidas como tales por la Ley de Monumentos.
Zonas Típicas de Santiago
En Santiago tenemos, entre otros, los Barrios París y Londres, Lastarria, Santa Lucía – Plaza del Mulato Gil – Parque Forestal, Dieciocho, Yungay, Brasil y Concha y Toro; zonas como la Plaza de Armas, la Bolsa, Casonas de la Calle República, el Club Hípico, el Parque O’Higgins, Conjunto Virginia Opazo, pasajes Lucrecia Valdés, Adriana Cousiño, Hurtado Rodríguez y calles de alrededor.
Hay nuevos candidatos a convertirse en zona típica con su fisonomía propia protegida por la ley. Uno de ellos es el barrio Bellavista, emplazado entre las comunas de Providencia y Recoleta. No le faltan las razones: con su vida de barrio aún intensa, sus característicos aspectos arquitectónicos, su simbiosis armoniosa con el entorno natural donde destaca la mole emblemática y protectora del Cerro San Cristóbal y la condición de foco de intensa actividad cultural, dentro de la cual se incluye, desde luego, su atrayente gastronomía.
Nos proponemos, en adelante, ir adentrándonos en los trazados, recovecos y puntos de encuentro de estos pedazos aún vivos de la historia de Santiago, tanto como en sus vestigios arquitectónicos, testigos mudos pero altamente sugestivos del pasado próximo o remoto. Es importante saber lo que tienen a contarnos cada uno a su modo.