Los elegantes carruajes de antaño transportaban en Chile a sus propietarios a través de verdaderos viajes-aventuras por arduos y polvorientos caminos.
Hasta mediados del siglo XX en un país todavía tranquilo y bastante provinciano, servían para alguna ocasional ceremonia de casamiento en el campo, para alegres paseos en familia o para ir a esperar a parientes y amigos en la estación del tren y conducirlos a las casas patronales del fundo. Después su destino habitual pasó a ser el olvido y el lento deterioro en un rincón de las antiguas cocheras. Pasados los vendavales ideológicos de los años 60 y 70 y el terremoto socio-económico de la Reforma Agraria sobrevino la pujante modernización del agro chileno en un mundo globalizado. Todo parecía relegar éste y otros aspectos de nuestro herencia cultural, definitivamente, a la condición de piezas de colección de museos costumbristas.
La sorprendente revitalización de las tradiciones de nuestra tierra
Sin embargo, aquello no ocurrió. Al contrario, en las últimas décadas las tradiciones y la identidad de nuestros campos han resurgido con vigor renovado; tal vez como una reacción de la vitalidad de sus raíces contrariadas. Y no estamos ante una nostalgia romántica y estéril del pasado. Lo que se observa es una presencia actual, viva y ascendente, de una tradición que mira hacia el futuro. El fenómeno se manifiesta en muchos ámbitos de la vida nacional. Se muestra como una tendencia al perfeccionamiento, a una sutil elaboración, a un crecimiento cultural que asume, especialmente en casos emblemáticos, el carácter de un auténtico refinamiento.
Se trata de una realidad, a mi juicio, poco percibida y nulamente analizada por la mayor parte de nuestros políticos, sociólogos y gestores culturales, inclusive conservadores. No se ha tomado conciencia de esta paulatina revalorización de lo nuestro; ni del interés creciente que ello ha despertado en diversos sectores del público. Son procesos de maduración cultural que se han desarrollado de modo concomitante con las mil preocupaciones y precariedades de la vida actual. Se exige una atención cuidadosa para discernir la presencia de esta discreta pero constante tendencia a la búsqueda del colorido, de la vida y de la manifestación del ser de Chile como país. Tanto más que ella se desarrolla en lucha contra factores de depresión, agitación, conflicto, distorsión, violencia destructiva y vulgaridad tan generalizados en el mundo de hoy y muy noticiados en los medios.
Como sea, la buena noticia no publicada es que el viejo humus social de base agraria y cristiana, donde germinaron centenariamente nuestras tradiciones, lejos de ser un recuerdo arcaico y sin vida, ha revelado una inesperada fertilidad cultural y espiritual; una creatividad capaz de ir a la par con los adelantos de la tecnociencia.
Surgen los concursos de carruajes en Chile
Bajo el alero del deporte y al impulso del amor de hombres del campo por su identidad familiar y cultural, surgieron en Chile unos torneos de carruajes, como los que se pueden ver, por ejemplo, en Sevilla o en Viena. Es una fiesta llena de vida, de luz, de fuerza, destreza y elegancia para ser vivida apacible y alegremente en familia. Nos saca de la carrera exhaustiva de nuestro día a día globalizado y estresante. Nos introduce, con encanto, en un universo de belleza y de ritmo humano que reúne a gente de campo y sus familias, sus caballos de raza, sus restaurados carruajes, en fraterna amistad de faena con cocheros, campesinos y artesanos. Nos revela algo de aquel misterioso charme latente en la raíz rural y cristiana de nuestra chilenidad.
Cocheros de hoy con sus carruajes de antaño primorosamente restaurados, guiados por un anhelo instintivo de la excelencia, emprendieron un apasionante viaje. Partió éste desde un Chile antiguo y profundo —atravesando la modernidad— y llegó al ámbito de los vivaces, entretenidos y refinados concursos deportivos del enganche ecuestre. En ellos vemos renovarse toda la magia y leyenda de un mundo huaso que así se viste de gala, sin perder ese tono familiar y amigo propio de la auténtica chilenidad.
Dónde, cuando y como se dan las competencias
Los concursos de carruajes han venido creciendo y realizándose en los últimos años, con entrada libre y tribunas para el público visitante, en cuatro o cinco puntos del País:
En Graneros, en el criadero Santa Isabel, cuyo anfitrión es don Agustín Edwards; en Lolol en las tierras de la Viña Santa Cruz, donde acoge el conocido empresario don Carlos Cardoen; en Freire, en el criadero del prestigioso empresario agrícola don Uwe Roth; en el fundo Santa Teresa de Llau-Llau, Villarica (3 a 5 de Febrero 2012), las tierras de uno de los grandes promotores y protagonistas de estos torneos, don José Miguel Guzmán y en Osorno, en el Paperchase, donde se realiza la primera competencia de 2012, el 29/30 de enero.
Las competencias combinan las pruebas de adiestramiento, resistencia, obstáculos y tradición, cuyo trazado y evaluación cuenta con la asesoría de especialistas europeos. El conjunto es coordinado y reglamentado por la Federación Ecuestre de Chile (adscrita a la Federación Ecuestre Internacional), a través de su Comisión de Enganche. Por detrás de ello existe, sin embargo, toda una realidad viva de muy variada riqueza: destrezas, riesgos, estilos, conductas, artes, disciplinas y buen gusto, así como la visionaria contribución de empresarios y la habilidad entusiasta de excelentes artesanos, en un fascinante quehacer el cual reune disciplina, técnica, cultura, mito y tradición. Un universo de valores psicológicos, simbólicos, morales y culturales, que esbozan para el país y para el mundo el horizonte de un Chile nuevo.
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Cuidemos el caminar hacia este Chile nuevo. No sea que se frustre en los sombríos pantanos del retroceso histórico, del abuso y la injusticia, del odio, la violencia fratricida o la decadencia. Es una vía de perfeccionamiento socio-cultural de la cual aquí presentamos tan solo uno de sus hermosos reflejos. Un camino que, viniendo de la tradición, se renueva sin ruptura y en continuidad con ésta. Tiende a hacer de Chile un país de hermanos, viviendo la modernidad con fisonomía y mensajes propios. Si abrimos paso a esa tendencia, podremos quizá un día dar, como chilenos, nuestra contribución atrayente para humanizar la fría y metálica civilización tecnológica; tantas veces materialista y que hoy la globalización hace predominante. Podremos iluminarla, sin pretensiones, desde la propia identidad chilena y dentro de nuestras posibilidades, con la presencia meditativa de la Fe y del amor a Dios, al prójimo y al orden y a las bellezas de la Creación