El 2002 había terminado el colegio y mientras esperaba el ingreso a la Universidad fui a pasar las vacaciones a Chillán, a la casa de una tía abuela, octogenaria pariente de también antiguas costumbres. Me llamó la atención que en un estante había un recipiente de loza que parecía un florero chico y chato, y aunque extraño para un florero, tenía asa. Pregunté que era y me dijeron que era para tomar mate. Me acuerdo que en la casa de Chillán no había mate, así que hubo que ir a comprarlo, todo esto sólo con el objetivo de usar el recipiente. Una vez que contaba con los instrumentos e ingredientes necesarios, puse agua caliente en el “florero”, luego puse unas cucharadas de la hierba y lo tomé con la bombilla tal como se tomaría una infusión cualquiera. Esa fue la primera vez que tomé mate, al regresar a Valparaíso quise seguir con aquella bebida y comencé a informarme más. Me enteré de mi incorrectísima forma de tomar mate, además que es “yerba” y no “hierba” como se le debe decir al mate. Es así como al recopilar información he conocido que esta afición no era ajena a nuestra historia, ni tampoco una excentricidad de mi tía abuela sino, de hecho, una costumbre con mucho arraigo, aunque… muy poco conocida en las grandes ciudades.
Y es que en Chile el mate produce resonancias rioplatenses, porque, al menos en la zona central, es una infusión poco común; y cuando vemos a alguien probándola, resulta ser la mayoría de las veces un uruguayo o un argentino.
Indiscutiblemente hoy en día la bebida caliente de mayor consumo en la sociedad chilena es el té. Pero no siempre ha sido igual. En otras épocas de nuestra historia, y todavía en ciertas localidades en la actualidad, el mate ha ocupado un sitial de privilegio.
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Llegada del mate a Chile
Es interesante conocer que durante la Colonia y en los primeros decenios de vida independiente, el mate era una bebida de amplia presencia en Chile. Algunos afirman que la yerba llegó al país en 1558 junto a la expedición del gobernador Alonso de Sotomayor, incorporándose a los usos y costumbres de la época. Así, no era extraño que en el siglo XVI se tomara mate en Santiago de Chile, y a contar de la segunda mitad del siglo XVII se había transformado en la infusión más corriente. Su consumo se expandió a través de todos los estratos sociales. La “yerba del Paraguay” o “yerba de los jesuitas” —nombres comunes en la época, mientras que “mate” deriva del quechua mati, “calabaza”, debido al característico recipiente de la bebida— se tomaba varias veces al día y era el primer agasajo que se ofrecía a un extranjero, ya fuera en torno a un fogón a mitad del campo, en una ruca indígena o en un salón santiaguino.
Entonces las señoras acostumbraban tomar el mate dos veces al día, sirviéndolo en posamates de plata y en recipientes de calabaza adornados con dicho metal. En estas reuniones, la preparación solía incluir al fondo de la calabaza un terrón de azúcar, antes de colocar la yerba, y posteriormente se le agregaba zumo de naranjas, siendo la señora de la casa la primera en degustar la infusión.
Personajes de nuestra historia ligados al mate
La viajera, escritora e ilustradora británica María Graham (1786-1842) relata en su diario, que en nuestro país numerosas veces fue invitada a conversar acompañada por un buen mate, y comenta que para los chilenos “lo primero, en la mañana, es un mate; lo primero, después de la siesta de la tarde, es también un mate” (Graham, 1902, pág. 161), agregando que esta afición, junto con la vida campestre, son los gustos transversales de la sociedad criolla: “Para una familia chilena no hay placer mayor que un paseo a pie o a caballo al campo, un mate tomado en un jardín o en las faldas de un cerro, bajo un frondoso árbol, y todas las clases sociales parecen ser igualmente aficionadas a estos rústicos goces” (Graham, 1902, pág. 284).
Muchos personajes de nuestra historia fueron conocidos aficionados a esta bebida, como Catalina de los Ríos —“La Quintrala”—, Javiera Carrera y Gabriela Mistral. Mateo de Toro y Zambrano tenía a su haber varias cajas de plata para guardar la yerba, cajas que legó a sus descendientes, según consta en su testamento. Bernardo O’Higgins poseía diversos utensilios de plata para tomar mate, algunos de ellos marcados con su monograma. Y Diego Portales pide por carta a un amigo que le envíe “por amor de Dios, dos mates perfumados de las monjas Claras” (o “clarisas”, cuyos recipientes eran además muy coloridos, incluso comestibles).
Particularidades del “mateo”
Consumir mate es una suerte de ritual, y es que tomarlo implica una serie de artículos cuyo traslado es complejo y cuyo uso demanda un tiempo y un lugar adecuado. Además es importante que el agua no pierda su calor, por lo que de manera natural los participantes del mate se iban agrupando en una ronda alrededor del fuego, y en seguida brotaba espontáneamente la conversación, ingrediente indispensable del “matear”. Esta costumbre se liga a un estilo de vida que se da el tiempo para compartir con el prójimo, pasando del ritmo de la actividad a otro más sosegado, más apto a contemplar, a conversar, a crear lazos, en suma, a compartir mucho más que sólo una bebida.
Declive del mate en favor del té: un ritual da paso a otro
Con el tiempo, la influencia inglesa y el hábito de usar todos la misma bombilla sin importar la cantidad de bebedores —costumbre que chocaba a los inmigrantes europeos— determinaron poco a poco que el ritual del mate fuera sustituido por el consumo del té importado de India y China. A estos factores se añade el aumento exorbitante del precio de la yerba a contar de 1810. Así fue como las largas tardes de mate, o «comadreos», donde se juntaban familias y amigos a conversar y compartir la bebida, fuesen paulatinamente reemplazadas por las menos extensas conversaciones en torno a una taza de té. Por fin, después de años, la costumbre del mate quedó relegada a clases sociales más desposeídas o a los ambientes campestres.
Influencia chilena en el mate
Ese impulso en pos de belleza y perfección que en el Viejo Mundo transformó herramientas y objetos cotidianos en obras de arte, podemos registrarlo también en la historia del mate. Por ejemplo, la rústica calabaza fue reemplazada en las clases altas por otras vasijas de materiales más finos, hasta llegar a los mates de plata y de porcelana. Esta mejora no sólo afectó el recipiente sino también la indispensable bombilla. En esto se destacaron los plateros chilenos, quienes emplearon con habilidad consumada dicho metal para fabricar recipientes y vajillas de gran prestancia, combinando de manera sobria el metal con la calabaza, rasgo éste que las distingue del barroquismo imperante entre nuestros vecinos. Al principio fue sólo un reborde de plata en el orificio para minimizar el roce con la bombilla; luego, el soporte de la calabaza fue siendo decorado y también la bombilla, a la que se agregaron incrustaciones de piedras nobles. Algo que dificulta establecer un orden cronológico de recipientes chilenos es que nuestros plateros no marcaron sus obras, a diferencia de sus colegas de Buenos Aires, quienes firmaban sus trabajos desde fines del siglo XIX. Cabe destacar que en Chile tuvimos mates de plata antes que los argentinos y los uruguayos, países que hoy son los reyes de la yerba. Esta precedencia la reconoce Alfredo Taullard en su libro “Platería Sudamericana”, cuando dice que en el Río de la Plata se copiaron modelos de mates de plata de Chile y Perú.
Así pues, esta saludable bebida(1) no debe ser vista como una costumbre foránea, porque forma parte destacada de nuestra propia historia y tradiciones. No en vano sigue teniendo consumidores en nuestro país —la encontrará sin dificultad en supermercados—, sobre todo en el Sur, donde nunca se abandonó esta práctica —existe incluso un monumento al mate en Coyhaique, Región de Aysén—, y muchos otros que también la han descubierto y se han encariñado con su sabor y esos pequeños detalles que dan forma al característico ritual del “matear”.
Notas:
(1) Según un estudio publicado por el Journal of Food Science reveló que el mate tiene propiedades que inducen la actividad de enzimas antioxidantes. Y su consumo está relacionado con la reducción del coresterol LDL (popularmente conocido como “coresterol malo”) promoviendo el HDL.
Bibliografía:
Graham, María; Diario de su residencia en Chile (1822) y de su viaje al Brasil (1823), Madrid, Editorial América, 1902.
Espinosa, Ismael; “Una costumbre de más de 350 años: El placer de un buen mate”. El Mercurio ARTES Y LETRAS Domingo 2 de Diciembre de 2007.
Barretto, Margarita; El mate: su historia y su cultura, Buenos Aires, Ediciones del Sol, 2006.