Quien conoció las micros que circularon por las calles de Santiago antes de las amarillas, recordará lo característico de sus colores y especialmente de sus recorridos: Carrascal Santa Julia, Matadero Palma, Ovalle Negrete, etc. Una parte importante de esta identidad visual la fijaban sus letreros y personalizadas cabinas. Hoy ese pedazo de historia de nuestro cotidiano urbano perdura gracias al trabajo del artesano Zenén Vargas, quien supo reinventar su trabajo de pintor de letreros de micro para convertirse su trabajo en algo excepcional, “de culto”.
Zenén (56) es tercera generación de pintores de letras. Con sólo nueve años ya sabía manejar el pincel sobre las carrocerías de las antiguas micros de la capital; su padre le iba enseñando las combinaciones de colores y los estilos de cada micro. Eran tiempos buenos en los cuales cada máquina podía usar hasta doce letreros diferentes, pues los recorridos se armaban diariamente en función de la demanda de pasajeros. Si había partido, cambiaban el letrero por el que decía “al estadio”; si era muy tarde “hasta el centro”, y ahí otra vez a tomar pasajeros. Así el negocio prosperaba. En la capital, cientos de pintores de letras ubicaban sus talleres al costado de las principales avenidas, de modo que los choferes se detuvieran y dejaran un letrero encargado para el día siguiente.
Para el pasajero, este sistema ofrecía la ventaja de identificar a la distancia cada recorrido, de manera que al aproximarse fuera posible leer el letrero y verificar si era la micro indicada. Por ejemplo, la famosa “Ovalle Negrete” (título pintado con letras tipo far west contra fondo rojo y azul) tenía variantes desde el centro por Independencia hacia el norte que doblaban en Zapadores, El Cortijo, Juanita Aguirre y Los Libertadores. Y esto era negocio para el que pintaba los letreros también.
Sin embargo el viernes 16 de octubre de 1992 todo cambió. Comenzaron a operar los recorridos “licitados” y los buses fueron uniformizados bajo colores blanco y amarillo, las que popularmente fueron bautizadas como “micros amarillas”. Eran máquinas más nuevas que seguían un trazado delimitado por la autoridad y debían tener un permiso especial para entrar al centro de Santiago. Ya no cabía la adaptación a las circunstancias. Y entonces comenzó a ponerse malo el trabajo para los pintores de letreros porque cada micro ahora usaba uno solo, que por su calidad podía durar como mínimo unos cinco años.
Ahí nuestro pintor comenzó a buscar variantes ofreciendo letreros a almacenes y negocios, pero en este mercado no encontró mucho interés por su trabajo. No obstante, la debacle de este oficio vendría con el comienzo del Transantiago el año 2007, cuando se estandarizó la locomoción colectiva en manos de pocos operadores y, en lo que nos interesa, los letreros pintados a mano fueron reemplazados por luces LED o impresos en plotter.
Fueron años difíciles para Zenén, quien veía a muchos colegas emigrar a otros trabajos, pero él no quiso dejar de pintar. Como él dice, Dios lo iluminó y le fue indicando por dónde seguir. Así fueron saliendo los primeros letreros a pedido de antiguos recorridos, le comenzaron a pedir letreros para restaurants y también comenzó a pintar refranes populares.
Esta perseverancia y amor por su oficio rindieron sus frutos. Hoy en día lo tiene ocupado a tiempo completo pintando a pedido para diferentes clientes de Santiago y del extranjero.
Sus letreros han llegado a estar expuestos en el Museo de Bellas Artes, y a cada feria que va, logra atraer cientos de personas hacia su arte y los recuerdos que éste evoca.
Cada obra suya es única, pues no sigue un patrón o molde para pintarlos. Sigue las intuiciones que le dictan sus años y los trazos según lo guía el pincel. Y el pequeño diamante dibujado en algún costado es su firma.
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