El Museo Histórico Nacional, con los auspicios de la Dibam, acaba de presentar los tres primeros tomos de una serie destinada a divulgar el patrimonio que el Museo alberga y dar cuenta de la labor de investigación y actualización del estudio de sus colecciones, realizada por los curadores e investigadores del Museo.
Debido a la amplia cantidad y variedad de objetos patrimoniales y artísticos que posee el Museo y a las necesidades de conservación que exigen determinadas obras, no es posible mostrarlas de forma permanente. Actualmente se exhibe al público alrededor de un 4% del total de los fondos que custodia el Museo, por lo que estas publicaciones permiten conocer buena parte de un acervo inédito para el público.
Los tres primeros tomos sobre Arte y Culto, Fotografía de Estuche y Mantos y Mantas, estudian en detalle 30 piezas pertenecientes a cada colección de una forma muy accesible y visualmente atractiva, acompañadas de excelentes fotografías que reproducen la pieza y sus detalles. Además su tamaño de 15×15 cms. hace muy fácil su manejo y lectura. A fin de año se presentarán los próximos tres libros sobre las colecciones de Espuelas y Estribos, Armas Blancas y Mobiliario.
Conversamos en la ocasión con los respectivos autores.
Vol. I Arte y Culto, el Poder de la Imagen Religiosa
Este volumen de autoria del Historiador del Arte y curador de diversas colecciones del museo, Juan Manuel Martínez, condensa piezas de diversas colecciones como pinturas, esculturas, textiles y medallas que son la expresión de la evangelización católica que trajo consigo la conquista hispana. “Se eligieron las piezas por un orden cronológico, desde fines del s. XVII al XIX y que mostraran diferentes aspectos del culto y la devoción en Chile”, destaca.
Algunas de estas imágenes u objetos de piedad tuvieron una preponderancia directa en la vida de los chilenos, reflejando antiguas formas de culto, devociones y rituales relacionados con el ambiente cultural de la época y rodeados de gran veneración popular.
El libro se basa en el texto de una completa conferencia que dictó el investigador el año 2010 en el Museo de Bellas Artes, de manera que la ficha de esos objetos presentados ya las tenía. Lo complicado fue decidir qué objetos figurarían en el volumen.
Cabe resaltar, por ejemplo, la figura en madera policromada de San José de autor desconocido, hecha a fines del s. XVIII y una casulla sacerdotal bordada con seda e hilos metálicos de fines del s. XVII.
Sin embargo, entre los objetos religiosos incluidos en el texto, el que Martínez destaca es el escapulario del Sargento Aldea, heroico marino chileno que acompañó al capitán Prat en el salto al abordaje del Huáscar durante el combate naval de Iquique, muriendo pocos dias después en dicho puerto por las serias heridas sufridas. “Se hacía masivamente y se les entregaba a los soldados antes de partir a la Guerra del Pacífico. A él lo enterraron con este escapulario. Dos años después su cuerpo es exhumado y llevado a Valparaíso. Ahí pasa a ser una reliquia nacional. Su cuerpo fue reconocido por el escapulario. Es un objeto muy simple, masivo, sin ningún mérito artístico pero muy importante por la historia de la devoción a la Virgen del Carmen y el contexto histórico en que se dio.”
Vol. II Fotografías de Estuche, la Imágen Develada
La colección de fotografías del Museo Histórico Nacional posee más de 100.000 imágenes sobre la historia, cultura, formas de vida y geografía de nuestro país. En el volumen “Fotografías de Estuche. La Imagen Develada”, preparado por la fotógrafa y curadora de la misma colección Francisca Riera, se presentan imágenes tomadas en los primeros años de la fotografía en Chile, donde el retrato se convierte en el género más representado y se desarrolla un formato de estuche para contenerlos, elaborado y decorado a mano, siendo también cada contenedor un elemento único. La colección de fotografías de estuche del Museo es una de las más numerosas y variadas a lo largo del país. Ahora se da a conocer a través de esta publicación, no siendo posible su exhibición al público por motivos de conservación del material fotográfico.
La investigación para este libro se basó en la documentación ya realizada de cada una de las piezas, habiéndose dedicado un año a establecer detalles faltantes y a elegir 30 de entre los 120 daguerrotipos y ambrotipos que se guardan en gavetas especiales para su conservación.
“Estas fotografías son las primeras que existieron, son originales únicos sin copia en papel. En la composición del texto no hay un desarrollo histórico a lo largo del tiempo sino que acotado al periodo de 1840 a 1860, porque desde esa fecha se populariza la albúmina y comienzan a haber copias en papel masivas”, destaca Riera y agrega que “se eligió esta colección también porque es la más antigua y la más difícil de exhibir. Las condiciones de exhibición de un daguerrotipo son complejas, deben hacer poca luminosidad y temperatura controlada. Como son piezas que sería muy difícil que la gente conociera, se eligieron a ellas.”
Leyendo el libro nos podemos encontrar con un daguerrotipo de doña Javiera Carrera Verdugo hecho en 1862, algunos retratos familiares, el “Despacho del Buque” (1853) que era un almacén al parecer de Copiapó, casi único, ya que las tomas de paisajes y exteriores eran muy complicadas para producirse con esta técnica. Pero el que destaca la autora es un daguerrotipo estereoscópico de Teresa Blanco Gana (c. 1853), “porque nos da a conocer como fue la figura de esta mujer, hija de un personaje como el Almirante Manuel Blanco Encalada, que se casó con un marido riquísimo: Francisco Echeverría Guzmán, minero de Copiapó. La unión fue en París y sus padrinos de boda fueron nada más ni nada menos que Napoleón III y la emperatriz Eugenia de Montijo. Sin embargo, visitando unas faenas mineras en Totoralillo en febrero 1864, su vestido se enreda en una máquina y muere trágicamente. Años después su marido muere en un naufragio.”
Estas fotografías se guardaban en estuches, muchos de ellos finamente labrados porque en ese momento probablemente era la única fotografía que te podrías tomar en la vida, además de tener un alto valor. También el daguerrotipo era muy sensible a la luz y al roce, de manera que estas cajas también le daban protección.
Vol. III Mantas y Mantos, Cubrir para Lucir
El tercer volumen es de autoría de Isabel Alvarado, diseñadora de vestuario, curadora de la colección de textil y vestuario y subdirectora de patrimonio, y de Verónica Guajardo, diseñadora y especialista en análisis de textiles antiguos.
En “Mantas y Mantos. Cubrir para Lucir” se analizan diferentes prendas de abrigo tanto femeninas como masculinas, que no sólo cumplen con la función de resguardo, sino que también son un elemento de distinción social y una muestra de las modas imperantes en cada momento. “En el caso de los ponchos y mantas el criterio fue el desarrollo de la historia desde los unkus prehispanos, pasando por el periodo colonial, la Independencia hasta nuestros días. Fue una historia lineal que siguió el desarrollo histórico hasta los días de hoy. En el caso de los mantos femeninos, fue mostrar distintas tipologías: mantos, mantillas, manteletas, son distintos tipos de prendas que sirven para cubrir, abrigar y de ornamento,” destaca Alvarado. La investigación sobre estos últimos fue desarrollada especialmente para esta obra.
Verónica Guajardo destaca dentro del conjunto expuesto el unku, ya que “es una pieza única y la más antigua de la colección”. También fueron publicadas fotos de una manta de José Miguel Carrera y otra de Bernardo O’Higgins, piezas muy llamativas. “Abarca desde los inicios de la prenda, pasando por las clásicas llegamos a algunas de fines de los 60 e incluimos una prenda femenina de los 70. Mostramos toda la gama de uso del poncho y toda la técnica para su confección”, agrega la investigadora.
Para Isabel Alvarado uno de los elementos que más destaca es el chal largo de fibra de piña, “el que pensamos era de algodón, pero haciendo los análisis y buscando más sobre su historia, fue revisado por la conservadora del departamento textil y descubre que es de fibra de piña, algo bastante común para la época. También es interesante el Mantón de Manila, que tiene su origen en el nombre del puerto filipino de Manila, lugar desde donde eran distribuidos a Europa y América, pero que en realidad eran confeccionados en China y bordados a mano.”
Revisando el libro, que viene ilustrado con una abundante iconografía de viajeros que retrataron especialmente el vestuario y las costumbres de los chilenos de comienzos del s. XIX, destacan en las mantas y ponchos, los colores vivos que hoy no se acostumbran a ver salvo en el chamanto huaso. Sobre este punto Guajardo señala que “cuando el español y el criollo adoptan el poncho, de paso incorporan telas europeas. Las indígenas o mujeres de pueblo destejían franelas europeas de vivos colores para poder tejer ponchos de colores fuertes. Eso hasta 1850 en que comienzan a llegar los ingleses en forma masiva, llega el ferrocarril y decrece la actividad ganadera y se fortalece la agricultura. Ahí entra el colorido inglés y el huaso queda relegado como personaje, no se ve en los registros ni las crónicas. Recién reaparece en 1910 en el centenario de la Independencia en dónde hay todo un movimiento que vuelve con los ponchos de colores, ahí nace el chamanto. Hay un periodo de 50 a 60 años de ponchos muy pardos, y vuelve con el chamanto del huaso, que muy probablemente nace en Doñihue, porque en todas las partes en que se han tejido chamantos es por chamanteras de Doñihue que emigraron a esa zona, y aparentemente nace ahí y es una derivación del sobre makuñ mapuche. Los primeros chamantos son prácticamente iguales al de la época.”
Fotografías: Museo Histórico Nacional
[box type=»note»]Cada ejemplar tiene un valor de $5.000 y se encuentran a la venta en el mismo Museo[/box]