“Hoy se cumple un año de mi arribo a la isla y un suceso bien triste señala la fecha de mi llegada. Hace dos días que mi querido barco llamado “Charles Edwards” ha naufragado en viaje a Valparaíso y a la altura de Más Afuera.
«Los famosos vientos de Juan Fernández lo envolvieron sorpresivamente, rindiéndole de un solo golpe los palos mayores y tumbándolo reciamente sobre los acantilados del peñón. Gracias a Dios que se ha salvado toda la tripulación y salieron a rescatarlos los pescadores de nuestra isla en sus mejores botes. Estos vientos serán nuestros peores enemigos si no llegamos a construir valerosas embarcaciones capaces de luchar contra sus furiosos arrebatos cuando tengamos que trasladar nuestros productos al continente.”
Así escribía en su diario el Barón Alfredo de Rodt allá por el año 1878, para relatar la pérdida de uno de sus barcos, dejándonos un reflejo de aquella dura época en que la isla Robinson Crusoe Entonces Más a Tierra no tenía otra conexión con el mundo que aquellos frágiles barquichuelos, a los que no respetaban el viento ni las olas a cuya furia había que oponer una lucha titánica para subsistir.
Afortunadamente, aquellos marineros en desgracia tuvieron la posibilidad de ser rescatados por sus compañeros isleños, quienes acudieron al rescate en sus mejores botes, como bien lo recordaba en su libro “El Último Robinson” la escritora uruguaya Blanca Luz Brum, una mujer que vivió gran parte de su vida en la isla.
Es que el aislamiento ha sido desde antiguo uno de los principales escollos de los isleños, lo cual los ha obligado a crear un mundo especial; una patria chica, donde muchas veces deben desaparecer los personalismos para dar paso a la vida comunitaria, única forma de poder subsistir en esa tierra curtida por el viento y amasada por las olas que día a día amenazan con extinguir la sobrevivencia de este enclave.
Y ha sido con este pueblo sacrificado, esforzado, desinteresado y colaborador con el que se han encontrado las autoridades con motivo de la búsqueda del desaparecido avión CASA 212.
Desde hace ya muchos años, nuestras Fuerzas Armadas dejaron de tener en sus dotaciones la presencia de guías, exploradores o arrieros, personas civiles, encargadas de guiar a los ejércitos por los pasos más difíciles o lugares desconocidos, para dar una efectiva seguridad al movimiento de las fuerzas terrestres.
Pero esta situación cambió drásticamente cuando en la isla se supo la magnitud de la catástrofe. De inmediato, los pescadores organizaron la salida y, previa coordinación con la Armada isleña, a las dos de la madrugada ya estaban los primeros ellos en el mar, liderados por Guillermo Martínez. Luego se les fue uniendo un grueso contingente de isleños en sus embarcaciones, sumando 75 pescadores. Es decir, una fuerza importante, de hombres acostumbrados a la vida marina de la isla y que conocen al dedillo todos los lugares en que supuestamente podrían encontrar algunos vestigios del desastre aéreo.
Fue así como tempranamente Guillermo Martínez encontró la primera víctima, la que de inmediato pusieron en el bote y prontamente la entregaron al equipo de la Armada que en ese momento procedía en el lugar. Otras víctimas también fueron ubicadas por pescadores, aparte de mochilas, bolsos y otros enseres.
Cuando llegó del continente el grueso de la operación de rescate, se encontró con una situación de hecho: casi un centenar de embarcaciones peinaban el lugar, mientras que otros isleños a pie y a caballo realizaban una búsqueda infructuosa por la orilla del mar.
Al arribar los barcos, aviones, helicópteros, lanchas y botes livianos, aparte de la más sofisticada tecnología, ya los baqueanos del mar, los mismos que habían sufrido las viscisitudes del tsunami del año pasado, tenían efectuada una buena parte de la labor. Viejos marinos que han pasado muchas peripecias en su diaria lucha con el mar, se sentían dolidos por la desgracia. Pero como lo expresó a la prensa Marcelo Rossi, presidente de los pescadores, no dejaron de prestar su diaria colaboración.
Esta ayuda ha sido tan efectiva que la Armada ha reconocido su relevancia y ha pedido a los aguerridos y prácticos pescadores que sigan colaborando. Son ellos los que conocen la isla y los únicos capaces de indicar los eventuales lugares donde podrían encontrarse más restos de víctimas. En eso se encuentran en este momento; la Armada, de su parte, les proporciona alguna ayuda en combustible e incluso algunos equipos de buceo.
Estos baqueanos del mar, serenos, generosos y solidarios, se han ganado un espacio importante en esta faena de búsqueda que va a cumplir siete días y en la que aún falta mucho para ubicar la totalidad de los pasajeros del trágico vuelo. Es reconfortante y esperanzador, en todo caso, ver en la lucha decidida contra la adversidad, como emergen una vez más los mejores aspectos del alma de Chile.